El sol inclemente y las nubes de polvo que deja atrás la Honda Eco Deluxe, nos marcan el camino. Su conductor, Wilmer será mi guía por las próximas horas. Salí desde Cartagena en busca del primer pueblo negro libre de América .
Había soñado con venir a San Basilio de Palenque desde hace mucho pero no me atrevía a hacerlo. No sé exactamente por qué. Tal vez porque no quería venir sola, porque no encontraba mucha información sobre cómo llegar, dónde dormir o qué hacer y sobretodo, porque en el fondo sabía que no encontraría a otros viajeros.
Sin embargo, en los cinco meses que llevo viajando por Colombia, decidí que no lo aplazaría más, derrotaría mis miedos y me arriesgué a venir a Palenque de San Basilio, perdón, a San Basilio de Palenque. La diferencia radica en que el primer nombre se lo impuso la Iglesia cuando vinieron a bautizarlos, no solo cambiándoles los nombres y apellidos originarios de África, sino también dejándoles a San Basilio, «el único santo blanco en un pueblo de negros» me dice Wilmer entre risas y añade: Palenque no es de ningún santo. El santo es quien pertenece a Palenque porque nuestros ancestros llegaron primero. Ahora soy yo quien ríe.
Lo primero que aparece es la plaza central con la escultura más importante del pueblo: Benkos Biohó, el esclavo que lideró la revolución cimarrona de los palenqueros de La Matuna que obligó a que el Gobernador Gerónimo Suazo y Casasola firmara una capitulación de paz en 1603 para que el pueblo fuera declarado libre de la esclavitud.
Wilmer relata la historia mientras yo tomo apuntes de todo. Estamos sentados en dos sillas de plástico enfrente de altos palos de madera, que simbolizan lo que era un palenque.
El sol quema incluso estando sentados bajo sombra. Miro con atención la escultura que descansa a lo lejos como quien no quiere ser olvidado. En el pueblo reposan dos de éstas, la segunda le rinde homenaje a uno de los hijos más queridos de Palenque. Antonio Cervantes, “Kid Pambelé”, quien obtuvo el primer título mundial de boxeo para Colombia en 1972. “Esta fecha es muy importante para nosotros y él es un héroe en nuestra comunidad”.
Después de ganar el título, San Basilio de Palenque empezó a abrir sus puertas para el resto del país. Antes de esa fecha, tenían prohibido mezclarse con blancos y “muchos aún sentían miedo”, me dice Wilmer tratando de explicar o de excusar su frase.
Para mí es obvio, no debe explicarme. Después de tantos siglos de lucha, de torturas, de injusticias, de terror, no es de extrañarse por qué sentían miedo. Aún siguen librando permanentes batallas para conservar su identidad y sus elementos culturales propios.
Fue así como conocí a uno de los personajes más longevos del pueblo. Rafael Cassiani es el director, compositor y vocalista del sexteto Tabalá, ovacionado y galardonado en Estados Unidos, Europa y otros países de Latinoamérica.
Llegamos a su casa. Atravesamos la sala y el comedor, donde su esposa maneja una máquina de coser. Saludo y camino hacia el patio. Sentado debajo de un kiosko y rodeado de tambores, cajas y otros instrumentos africanos, se encuentra Rafael . Nos invita a sentarnos y nos habla de la historia musical del pueblo y de la gran influencia que ha sido el continente africano en la cultura colombiana. Nos toca una canción y luego pone a sonar uno de sus discos.
Mientras escucho, pienso en mi abuelo y mi mamá. Ella (al igual que todos mis tíos) sabe tocar varios instrumentos como el tambor y la tambora. Es la herencia afro que les dejó mi abuelo.
Minutos después vamos a la sala para escuchar la música y Wilmer me saca a bailar. Acá no escatiman ni en hospitalidad, ni en alegría, ni en sabor. Bailamos una pieza en la sala y me llevo un CD de recuerdo. Con un fuerte abrazo me despido de ellos para continuar.
A pesar de las tristezas y del miedo con el que fueron hostigados, supieron ser felices a través del canto, de la danza, del ritmo. Estoy en frente de una población que sufrió, que tuvo miedo y aquí están, de pie y considerados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
San Basilio de Palenque conserva una conciencia étnica con la única lengua criolla en el continente americano, creada a partir del español con características morfosintácticas de lenguas africanas. Idioma que se inventaron para poder comunicarse sin ser entendidos por los españoles. Fue el miedo de volver en manos de sus amos, que los obligó a buscar diferentes estilos de supervivencia.
Crear mapas y rutas en el trenzado de las mujeres, incrustar oro, comida y cualquier objeto que les sirviera en el camino para sobrevivir, dentro de los peinados afros de ellas. La misma tierra montañosa que hoy produce yuca, ñame y maíz, antes les servía para ocultarse y vigilar la llegada del enemigo. Cuando avistaban desde lo alto a algún español, los hombres empezaban a tocar los tambores para avisar la llegada del enemigo. Hoy en día aún conservan esa identidad musical traída desde el continente africano. Es su aporte al legado cultural colombiano, gústele a quien le guste.
Camino por sus calles no pavimentadas y diviso a niños jugando y corriendo de un lado a otro. Algunos vuelan cometas, otros corren para alcanzarse y pierde quien se deje tocar. Dos niñas tímidamente me piden que les tome una foto y se esconden en la puerta de su casa de bahereque. Es una de las pocas casas que se conservan desde la fundación del pueblo. Al parecer, el tiempo se ha congelado.
Aún conservan su sistema de organización social. Me asombro enormemente cuando me doy cuenta que no hay policías. He visitado un centenar de ciudades, pueblos y veredas en Colombia pero nunca antes una sin policías. Es una sociedad dividida en grupos de edad, donde los mayores son los más respetados por ser los guardianes de la tradición. Además de ser sabios, son la máxima autoridad del pueblo. A ellos se les respeta más que a cualquier autoridad pública.
Visitamos la escuela y la Casa de la Cultura donde las paredes también hablan de historia. Me acerco y veo la pintura de un grupo de hombres africanos remando sobre una embarcación de paja.
Durante la época colonial el río Magdalena fue el más importante para el comercio del país. La Flota de Indias llegaba a Cartagena desde España, y para aprovisionar el resto del territorio de ropa, aceites, vinos y otras mercancías, remontaban el río remando desde la Costa Caribe hasta Honda y luego cargando las toneladas de peso sobre sus espaldas, los esclavos la llevaban a Bogotá.
Era un trabajo brutal de hasta 15 horas seguidas diarias donde muchos de ellos morían durante el viaje.
Wilmer me cuenta la historia relatándola con gestos de injusticia y dolor. Las atrocidades que la humanidad cometió con los africanos me hace pensar que los humanos jamás aprenderemos de los errores de la historia. Ayer fueron ellos, hoy es la indiscriminación hacia aquellos «diferentes» según criterios de la sociedad basados en creencias y religiones. Ojalá el mundo viajara más para aprender a darle una mirada de aproximación al otro sin juzgar, solo como observador.
Wilmer añade que ellos tuvieron miedo durante muchos años, de mezclarse con los blancos, yo le digo que tenía miedo de venir sola. Al parecer toda la historia nos ha obligado a eso. A sentir miedo por las circunstancias, miedo a salir, miedo a empezar de cero, miedo a olvidar, a recordar, a perdonar, a dejar un trabajo, a empezar nuevos proyectos. Pero todo se puede superar. De todo se puede aprender. Lo importante es que el miedo no nos gane la batalla y que no se pierda la hospitalidad de nuestros corazones.
Después de visitar San Basilio de Palenque sentí que mi viaje por Colombia llegaba a su final. Estaba visitando uno de los lugares que para mí, marcaban un hito en la historia, cultura y costumbres de Colombia.
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2 Comments
Apenas conoci este blog el dia de hoy , y quede fascinado con todos tus viajes
¡Muchas gracias Nelson!