Me siento a pensar en un viaje que viví hace meses y no sé por dónde empezar. Todo lo que viene a mi cabeza son retazos de momentos y una nebulosa gris de lugares; y de pronto recuerdo que hace unos días alguien me dijo que había leído en algún lado que ahora los escritores modernos no solo anotan sino que también toman fotografías, y que son éstas últimas las que los trasladan al momento preciso y hacen que lo evoquen en grande ¿Qué tan cierto será?
Diario de viajes, Lima, Perú – 4 de Mayo 2017
Hoy en la mañana llegué a Lima y al pesar del cansancio, de las tres horas de espera dentro del tráfico pesado para poder entrar a la ciudad, del hambre y de la nebulosa gris que envuelve a esta ciudad, me gusta. Es muy pronto para tomar decisiones a la ligera pero Lima tiene ese no-sé-qué, que me encanta. Aún no conozco otras capitales de Sudamérica pero hasta ahora, Lima está en primer lugar (palabra subrayada en el cuaderno).
Quise escribir sobre Lima desde hace mucho pero no sabía como alinear y tallar las palabras. Entonces vuelvo al comentario que me hizo mi amiga y enciendo mi PC. Mientras carga, me preparo una taza de té para combatir el frío y recuerdo el hermoso clima que hizo en Lima los siete días que la visité. Flores, sol, calor y un viento marino que no siento desde que salí de allá. Llevo más de cuatro meses en invierno -pensé-, cómo extraño el calor.
Abro la carpeta de fotos y busco la que dice «Perú Mayo 2017″. Suelo clasificar las fotos y videos por carpetas con los nombres de países/ciudades y fechas exactas. Me doy cuenta que no tengo una carpeta exclusiva para Lima ¿Por qué? Las fotos están sueltas en aquella que dice Perú. Sueltas como rebeldes. Sueltas como los retazos de Lima que hay en mi mente y la nebulosa gris que hay de aquellos lugares que tanto amé. Abro las fotos y mientras voy haciendo click en la flecha, en mi rostro se dibuja una sonrisa por los momentos vividos. De repente la foto que veo no es de Lima sino de otro lugar en Perú y me asombro. ¿Cómo puede ser que no tomé más fotos de Lima? ¿En qué demonios estaba pensando?
Entonces regreso a mi agenda de viajes y todo empieza a ocurrir. Voy recordando todo lo que me gustó de Lima y me doy cuenta de el por qué tardé tanto tiempo en escribir estas palabras.
Vuelvo a Lima.
Llegué en un bus después de 32 horas de haber pasado la frontera con Ecuador. Llegué desde Chiclayo (norte del país) donde compré un Chip para poder conectarme a Internet. En una de las terminales de buses (en las ciudades peruanas no hay una terminal de bus como en otras ciudades de Sudamérica, sino que hay varias ya que cada empresa de bus tiene la suya propia) recordé que Brenda, una lectora del blog me había escrito para invitarme a su casa cuando pasara por Lima. Le escribí rápidamente y a los minutos me respondió. Después de varias líneas de mensajes, decidí comprar un pasaje directo para Lima donde ella me hospedaría. Vuelvo a la foto con Brenda y su familia, quienes me abrieron las puertas de su casa, me mostraron la ciudad y me acogieron durante días dándome la oportunidad de conocer el verdadero sentido de la hospitalidad y la nobleza. ¡Eso me gustó de Lima! La oportunidad de recorrer la ciudad y de compartir comidas típicas con locales.
Recuerdo que una vez me fui a caminar con su mamá para conocer las calles del distrito de Barranco. El día estaba soleado, perfecto para caminar. Llegamos a un mirador y mientras me señala el mar me dice que «allá es donde Brenda empezó a tomar clases de Surf pero que ya lo dejó», entonces pienso en lo tanto que amo el mar pero también la gran ciudad y me doy cuenta de que Lima tiene ambas cosas. ¿Cuántas capitales del mundo están a la orilla del mar? De un mar «bañable» quiero decir. Un mar donde puedas tomar clases de Surf, donde te puedas sentar en la orilla a tomar una cerveza y conversar con tus amigos o sentarte en la arena a leer un libro o no hacer nada. ¡Eso me gustó de Lima!
Recuerdo que estuvimos más de una hora quietas, contemplando el mar, observando a la gente, escuchando los diferentes acentos e idiomas de las decenas de personas que nos pasaron por al lado. Disfruté muchísimo ese momento y creo que nunca le dije cuánto. Luego caminamos alrededor del Distrito. Caminar, caminar y caminar. Lima es una ciudad «patoneable» (me atribuyo la invención de la palabra). Amé su arte callejero, sus graffittis, sus calles hipsters, su aire bohemio, sus casas antiguas, sus parques, sus puestos de flores, su malecón, sus cervezas frente al gris del Océano Pacífico, su gente volando en parapente, su estatua de la cantautora peruana Chabuca Grande, su puente de los Suspiros. El encanto de Miraflores y Barranco ¡Eso me gustó de Lima!
Con Brenda estuve varios días recorriendo la ciudad y varias veces fui a visitarla a la heladería donde trabajaba. Todos sus compañeros e incluso el dueño del negocio me compraron fotografías y me brindaban helado (uno de los mejores que he probado, en serio). Hablábamos durante horas y nos reíamos ya ni me acuerdo de qué. Comíamos ceviche y otros platos típicos del Perú. Probé por primera vez la Inca Kola y confieso que me gustó. Otro día me llevó a mi y a mi amigo Kevin a probar y «catar» el Pisco sour. Terminamos los tres cantando en una rockola y luego bailando en una disco. Disculpen que antes no lo haya presentado. Kevin es un amigo francés a quien conocí viajando por Colombia y nos volvimos a encontrar en Lima después de seis meses de no vernos. Habla poco español pero con varios tragos de Pisco, las palabras llegaban por sí solas.
Una mañana nos fuimos a conocer la Plaza de Armas y el Centro histórico y me di cuenta que a veces lo maravilloso de viajar y de visitar ciudades de las que todos hablan pero que tú no sabes nada, está en los detalles cotidianos, en las personas que conoces y en la compañía de quien viaja contigo. A pesar de ser una ciudad caótica con un tráfico horrible (como toda ciudad grande), sentí que Lima me acogió con los brazos abiertos y no hablo solo de los espacios históricos sino de las sonrisas cruzadas.
Lima te regala todo cuando te sumerges verdaderamente en ella. Las conversaciones, las nuevas amistades, el encanto de su belleza, los reencuentros, el darte cuenta que quieres a alguien más de lo que pensabas, son el verdadero encanto de algo que solo Lima puede provocar. Eso señores, me gustó de Lima.
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