Escenas de un viaje a las cuevas de Tuluní - Patoneando
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Escenas de un viaje a las cuevas de Tuluní

-Te invitamos a las cuevas de Tuluní

-¿A las cuevas de qué? ¿En dónde?

-…Cuevas de Tuluní, en Chaparral, Tolima. Nadie -exceptuando los locales- las conocen.

Palabras mágicas para encender la agujita viajera. Aunque a decir verdad, no es muy difícil convencerme de hacer un viaje pero cuando me dicen palabras como «es difícil llegar» «sólo los locales lo conocen» y otras cuantas frases derivadas de la misma línea (??), me emociono. No dudé un segundo en aceptar, al descubrir que este lugar no ha sido muy explotado -turísticamente hablando- por el conflicto Nacional que ha azotado a Colombia desde hace más de cincuenta años. Sólo con saber que iría a un lugar que durante muchos años estuvo vetado al público, me emocioné.

Fui invitada por Linktotrip junto con otros bloggers e influenciadores del turismo a recorrer esta parte de Colombia. Lo lindo de amar los viajes y aceptar este tipo de propuestas, es que vas a lugares que tal vez nunca pienses conocer, con personas del medio que comparten tu misma pasión.

Es como estar en una obra de teatro donde nosotros los viajeros, somos los actores y compartimos el amor y la pasión por el escenario, cualquiera que sea, haya o no haya público. Para mí, este fue un blogtrip tan fuera de la realidad que no sé por donde empezar a deshilachar. Fueron varias puestas en escenas, varias sensaciones.

EL PAISAJE DE CHAPARRAL

La primera escena se la dedico al paisaje. Confieso que me gusta viajar en avión pero prefiero hacerlo por tierra. No te pierdes nada, ves como va mutando el paisaje, cambiando los colores. Y dependiendo del medio de transporte, puedes incluso bajarte, hablar con algún local, tomar fotos de un paisaje que normalmente ves pero no observas y ¿Por qué no? Comer el mejor queso con bocadillo que hayas probado en tu vida.

LA PLAZA DE CHAPARRAL

Chaparral Tolima - Patoneando blog de viajes
La segunda escena se la dedico a Chaparral en el departamento de Tolima. El cambio brusco de temperatura con Bogotá, sentir el chorro de sudor bajándote por la frente, cambiar tu atuendo a uno más fresco y apropiado para el lugar, recorrer el pueblo, llegar a la plaza y disfrutar de un delicioso raspado o «raspao» – como diría yo- con sus trocitos de hielo picado con jarabe de sabores variados y leche condensada. Alguna vez declaré que algún día viajaré por todo el continente Latino como «catadora de raspaos». Algún día.

Iglesia de Chaparral Tolima - Patoneando blog de viajes

En la decoración de este escenario se encontraba la iglesia en la Plaza principal. Tuvimos el placer de entrar y subir hasta el campanario. Escaleras estrechas que me recordaron las de Notre Damme en París. No soy de las que va a las iglesias de los lugares que visita, en Europa tuve bastante, pero es lindo cuando no sólo entras por entrar y tomar fotos, sino que hay alguien atrás explicándote lo que no es obvio. Así es como te enteras que el diseñador de la cúpula no fue quien lo pintó porque se la pasaba todo el tiempo borracho y durmiendo sobre los andamios en lo alto. El ponía el papel calcante, trazaba y sus ayudantes pintaban. ¡Ya me imagino la escena!

LA TIGRERA Y EL ÁRBOL DEL AMOR

Salimos después del mediodía y el sol no tardó en apabullarnos con su dominio. Nosotros al igual que los árboles, sufríamos sus violentos latigazos. Fueron horas de caminatas por un camino demarcado y sólo visible para los locales. Aprovechamos para descansar a la sombra de un árbol imposible de pasar por alto. Grande, frondoso, exuberante. Se veía majestuoso, tal vez más de lo que era porque se encontraba solitario en medio de un inmenso llano. El árbol del amor lo llaman. Nuestro guía, Milton, no nos dio las explicaciones del nombre pero no es difícil imaginárselo. El paisaje en sí, es una metáfora.

El árbol del amor - Chaparral Tolima - Patoneando blog de viajes

Seguimos bajando por estrechos senderos, a nuestro paso veíamos todo tipo de plantas cuyos nombres desconozco, vegetación frondosa, hojas que le dan el nombre al pueblo y que servían para cepillarse los dientes o limarse las uñas gracias a su aspecto áspero; y a lo largo y ancho de nuestra vista, un paisaje digno de postal. Verde y más verde. No me canso de decirlo: ¡Qué linda eres Colombia! 

La hoja que le da nombre al pueblo y servía a los antepasados para limarse las uñas...

La hoja que le da nombre al pueblo y servía a los antepasados para limarse las uñas…

Río, plantas, verde, árboles, más verde… Finalmente llegamos a La Tigrera, un balneario natural rodeado de montañas cuya agua fría y manantial es toda una recompensa para el caminante después de varias horas de marcha.

Naty y yo pensamos más de dos veces si nos metíamos al agua o no. Por descuido dejamos nuestros vestidos de baño en el hotel, pero el calor afuera y el agua fría y agradable adentro, nos empujaba a meternos con ropa.

Pensarlo una, dos, tres… diez veces y finalmente zambullirte. ¡Eso fue una escena digna de disfrutar!

La Tigrera, Chaparral Tolima - Patoneando blog de viajes

… DEL GUARAPO Y EL TEJO

Al salir de La Tigrera, mojados, agotados y con los rayos del sol agonizando, empezamos a subir cuesta arriba con centenares de mosquitos y jejenes como únicos testigos. Pasamos por el mismo árbol del amor, comimos algunas guayabas, pasamos por un riachuelo y finalmente llegamos a una guarapería, donde nos sirvieron una bebida fermentada a base de piña con un toque (valor agregado colombiano) de cerveza. ¡Qué viva el guarapo!

Guarapo de piña con cerveza

Guarapo de piña con cerveza

Esa misma noche, después de cenar, decidimos Chris, un bloggero inglés, decidió convocarnos a jugar Tejo, un juego explosivo originado por los indígenas, adaptado por los conquistadores y ahora es considerado un deporte nacional. Consiste en el lanzamiento de un disco de metal a un objeto de arcilla ubicado a unos 16 o 20 metros de distancia con paquetes de pólvora. Si aciertas en el objetivo,escucharás una pequeña explosión. No hay algo más colombiano y autóctono que este juego junto con una canasta de cerveza como maridaje perfecto, y ninguno de los allí presentes (exceptuando Chris) lo había jugado antes en su vida. Fue una noche  y una escena para recordar.

DE CUANDO PIERDES CASI TODO EN EL TECHO DE UN JEEP WILLYS

Finalmente llegó el día. Madrugamos y nos fuimos al mercado para desayunar y tomar energías para el día que nos esperaba. Un buen tamal típico tolimense para iniciar el día. Masa de maíz con diferentes carnes y verduras acompañado de arepa y ya ni recuerdo que tomé. Listo, barriga llena…

Tamal Tolimense

Tamal Tolimense

Cuando en Colombia se viaja por pueblos, trochas y veredas, lo más disparatado es que llegues a pensar que viajarás cómodo en un bus con aire acondicionado y todo lo demás. Eso yo lo tengo muy claro. Lo que no me imaginaba, era que ese día, viajaría por las trochas y veredas de este hermoso país, sobre el techo de un Jeep Willys. A mi lado iba Chris y no exagero al decir que ambos llegamos al destino sin coxis.

-Sin coxis
-Cabello despeinado
-Un celular menos

De resto todo estuvo bien. No me quejo. Yo insistí que quería ir en el techo.

La "comodidad" de viajar sobre el techo de un carro en una trocha

La «comodidad» de viajar sobre el techo de un carro en una trocha

EL GRAN ESCENARIO: LAS CUEVAS DE TULUNÍ

Llegamos con ansias y apetito voraz de visitar las cuevas de Tuluní. Iniciamos la caminata.

En la primera escena todo está bien y el sol está aplacable. Ahora viajamos acompañados. Milton, nuestro guía, su familia (quienes iban a preparar el almuerzo), y miles de mosquitos, jejenes y otros insectos especializados en succionarte hasta el alma. No los culpo, sangre fresca y citadina, ¿Quién puede resistirse?

Verde y más verde...

Verde y más verde…

Seguimos caminando por una pradera, rodeados montañas, árboles, verde y más verde.

Nos fuimos adentrando en un espeso bosque, con rocas colgantes y árboles cuyos troncos estaban llenos de espinas.

-¡No toquen nada! Es la regla número uno de caminar entre los árboles y el bosque. Me dijeron

Pasamos un puente colgante de dudosa procedencia. Tuvimos que pasar uno por uno ya que sus tablas rechinaban a cada paso dado. Me recordaron a los puentes del Valle del Cocora, solo que éste era más largo y más alto. Fui una de las últimas en pasar. ¡Prueba superada!

Milton, nuestro guía

Milton, nuestro guía

Continuamos la caminata, saltamos piedras, pasamos por riachuelos, bajamos lomas y finalmente vimos la entrada de una de las cuevas. Desde afuera podíamos ver su cavidad entre-abierta, como una  especie de cámara. Minutos después nos adentramos y veíamos como los rayos del sol penetraban por una de las dos entradas de las cuevas, como queriendo cotillear lo que allí sucedía.

CON EL AGUA HASTA EL CUELLO

Esta primera cueva, era una especie de túnel con salida. Por un lado, podíamos caminar, ver la luz sin problema y al mismo tiempo escuchar los chillidos de los murciélagos. Por el otro lado, la situación era muy diferente. La salida de la cueva era atravesada por un río en contra-corriente. ¡Ésa era la que debíamos tomar!

cuevas de Tuluní Chaparral Tolima - Patoneando blog de viajes

Lentamente nos fuimos dirigiendo hacia allá y al mismo tiempo nos estábamos sumergiendo. No era difícil adivinar que para los mas altos la cosa sería más fácil, pero para Naty y para mí, de baja estatura, esto fue todo un reto.

Seguimos caminando lentamente hasta que nuestros pies  no podían pisar más la tierra. Como pudimos le pasamos nuestras mochilas a Milton, quien estaba encima de una piedra (no me pregunten cómo ni en qué momento llegó ahí arriba) y empezamos a nadar. Nadar contra la corriente. Y no, no es fácil.

Una foto publicada por Lina Maestre Lacera (@patoneando) el

Después tuvimos que vadear el río. Piedras gigantes, piedras pequeñas, piedras de todos los tamaños. Paredes rocosas a un estilo Indiana Jones que nos hizo preguntar qué había acá antes que todo esto.

ESCENA DOS DE LAS CUEVAS DE TULUNÍ: LA CUEVA DE LOS GUÁCHAROS

Llegamos a la gran cueva. La cueva de los Guácharos. Pájaros bigotudos de aspecto no agraciado. No los pude ver, pero jamás, jamás, olvidaré su sonido.

La entrada a la cueva de los Guácharos

La entrada a la cueva de los Guácharos

Nos adentramos lentamente, con linternas sobre la cabeza y cuidando nuestros pasos. La cueva tiene dos caminos para entrar. Uno por encima, caminando y pasando rocas y el segundo por debajo, caminando en la oscuridad, en el agua…

Avanzo lentamente y siento como mis pies se hunden en una materia suave, voluptuosa. Barro, arena, piedras resbaladizas. Evito tocar las paredes para no alcanzar ninguna araña ni cucaracha inaplastable (me atribuyo el invento de esta palabra. Dícese de una cucaracha que no se puede aplastar).

El silencio es rotundo y de pronto, al tomar una curva, ya no vemos más la luz del sol. Nuestras linternas son nuestros ojos.  No escuchamos más nada que el chillido de murciélagos y el bullicio de los guácharos

-¿Acaso nunca duermen? No dejaba de preguntarme.

Finalmente salimos de las cuevas y nos sentamos dentro del río. Almorzamos un sancocho de gallina criolla, nada más típico en un paseo familiar colombiano. Consiste en una sopa espesa con gallina criolla o campesina y se le adiciona papa, yuca, plátano, cilantro y tal vez muchas cosas más que desconozca.

LA CHIVA Y EL DESENLACE

Nos regresamos vadeando el río, subiendo las mismas laderas y caminando por las mismas praderas con un sol despiadado y violento que gozaba aplastando todo lo que nos daba aliento. Teníamos que esperar el transporte de regreso así que nos sentamos a esperar en una tienda a un lado de la vereda, tomando cerveza.

No sé cuántas tomé, además de ser catadora de raspaos también soy catadora (frustrada) de cerveza. Me encanta. 

Pasaban las horas y a la mesa se le sumaban más y más botellas vacías. Finalmente llegó lo menos esperado. Para cerrar con broche de oro esta obra teatral viajera, nos subimos en el transporte más colombiano. ¡Una chiva!

En una así nos regresamos

En una así nos regresamos

Si de venida llegué sin coxis, no quero hablar de cómo regresé estando sentada en el piso de la parte trasera de la chiva. No importa. Aquí todo valió la pena. El pueblo de Chaparral, las cuevas de Tuluní, el Tejo, el sudor, los moretones, las picadas, el cansancio, la belleza del paisaje, el sabor típico del pueblo, la subida en el Jeep Willys y en la Chiva. Pero sobre todo, conocer una parte de Colombia que aún no ha sido descubierta por una herida que poco a poco va sanando.

¡Las cuevas de Tuluní, valen la pena visitarlas!

Vine a las cuevas de Tuluní invitada por Linktotrip.com. Acepté gustosa porque este proyecto le apuesta al desarrollo del Turismo rural de Colombia, interactuando y compartiendo directamente con los locales y campesinos. Si tú también quieres saber más, vivir una experiencia similar y conocer este pedacito escondido del país,  no dudes en hacer clic más abajo en el icono para saber más información. Las opiniones expresadas en este texto, corren por cuenta mía 🙂

Link To trip

Lina Maestre
Lina Maestre
Soy Lina. Viajera, creadora de contenido, autora y emprendedora. Soy la que escribe, toma fotos y edita este blog. Nací en Colombia y he viajado en solitario y en pareja por más de 40 países. Soy autora del libro El Arte de viajar sola y la creadora de Ellas por el Mundo (una agencia de viajes para mujeres). Acá encontrarás relatos de viajes, consejos y guías de destinos e inspiración para tus viajes. Puedes ver mi día a día a través de Instagram.

2 Comments

  1. Daniela dice:

    Hola Lina, seria de gran ayuda si pudiera compartir el contacto de Milton. Ando buscando guía. Gracias!

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