Potosí: testigo de mi historia de amor viajera | Patoneando Blog de viajes
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Potosí: testigo de mi historia de amor viajera

El viento es frío, el aire enrarecido, ya estoy acostumbrada a la altura pero la cabeza me da vueltas. El conductor del bus nos deja alejados del centro, donde nos vamos a hospedar. Pasamos por debajo de un cartel que decía «Bienvenidos a Potosí»  y de repente vemos una ciudad apresada entre una montaña. Una ciudad en la que un minero no vive más de treinta y cinco años y que ofrece al turista la visita de una mina «para vivir la experiencia de un minero».

Veo mujeres con aguayos en la espalda y sombreros en la cabeza. Hay gente sentada junto a cestas de panes. La altura aprieta el pecho. No es una ciudad grande, y por lo que se ve, es bonita. Me encuentro con Kevin, mi amigo francés que me acompaña desde Lima. Potosí sería testigo de un final y un principio augurado entre nosotros.

Después de dejar nuestras pertenencias en el hostal, paseamos por el mercado bajo un aire ingrávido. Hay  herreros, panaderos, mendigos y carniceros, el universo entero está aquí. Hay mujeres sentadas en cuclillas detrás de sacos y cestos. Cientos de clases diferentes de papas, frijoles, fetos de llama disecados, hojas de coca, trozos de carne, verduras. Un mundo en orden,  encerrado en sí mismo.

Potosi, Bolivia - Historia de amor viajera - Patoneando blog de viajes

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Kevin ama los mercados y la comida callejera tanto como yo. Ambos caminamos y nos asombramos de muchos movimientos, del silencio, de las costumbres. Él, por ser europeo se sorprende más que yo, pero le gusta estar aquí. No me lo ha dicho, pero yo lo sé. A estas alturas del viaje no necesitamos hablar para entendernos, ya nos conocemos.  Decir que se conoce a alguien totalmente es difícil, pero pueden ayudar horas de silencio en un bus, conversaciones con locales, discusiones y bromas sin sentido, perder tu único medio de transporte del día, llegar a media noche a una ciudad o conocer una de las maravillas del mundo juntos.

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Las campanas de la catedral retumban. Caminamos sin mirar un mapa, adivinando el camino y tomando fotos de lo que nos llame la atención. Me siento cansada pero nada que una taza de té de hojas de coca no pueda aliviar. Hojitas verdes puntiagudas dentro de una taza de cerámica con agua caliente. La bebida que se encuentra en todo el altiplano desde Perú hasta el norte de Argentina. Kevin había comprado una bolsa llena de hojas en Cusco, antes de subir la Montaña de Siete Colores. Le gusta. Incluso al café le pone las hojas. Una combinación que siempre me pareció extraña pero tierna al mismo tiempo.

Mientras nos perdemos en esas calles laberínticas y rojizas de Potosí, decidimos entrar a un restaurante para iniciar la despedida. Él se va mañana al Salar de Uyuni y yo debo regresar a La Paz para empezar a grabar la película documental. No tenemos ni idea de cuándo nos vamos a volver a ver y siempre que iniciamos la conversación, alguno de los dos termina reprochando algo.

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Tal vez si tuviera una vida con menos voltaje y más quietud, pudiera tener una relación con él. Pero fue gracias a este ritmo de vida que nos conocimos en un hostal en Colombia y nos volvimos a encontrar en otro hostal en Lima. Veo frente a mi al hombre más noble con los ojos más verdes que he visto en mi vida y al que no podré olvidar nunca. Somos dos vidas viajeras que se cruzaron juntas en un determinado trecho del camino y a quien no quiero dejar ir. Mis pensamientos se ven interrumpidos por el mesero que nos trae el fondue de carne y verduras, mientras él me acaricia con sus ojos verdes.

Su rostro deja ver una extraña mezcla de sensaciones. Presumo que el mío también. Como no puedes atrapar el tiempo no queda más que disfrutarlo. 

Al día siguiente partimos temprano. Me acompañó hasta la terminal de buses y me ayudó a subir la mochila al bus. Viajando vives en un constante intercambio. Personas que se quedan con un porción de ti y tu te vas con un pedazo de ellos. ¿Nos volveremos a ver? No podemos adivinarlo. Una vez leí en algún artículo «si estamos destinados a no ser, al menos te haré lo mejor de mi pasado». Nuestros caminos deben separarse. Ahora pa’ lante sin despeinarme.

Me hubiera encantado escribir una crónica sobre Potosí y sus mineros, o tal vez una guía de viajes para hacer el artículo «más serio», pero no es lo que siento. Las historias de amor -y desamor- también hacen parte de la vida viajera y está bien contarlas; ya sea para que sirvan de inspiración a otras personas o para leérselo (a él) en el futuro, en alguna playa o algún parque en cualquier parte del mundo. Y es que mientras una lágrima corre por mi mejilla, me imagino su cara de asombro cuando abra la mochila, y se encuentre con una postal de mis viajes firmada por mi y con una frase confesándole que lo quería volver a ver algún día.

Potosí fue protagonista del final de una historia de amor viajera y el principio del cambio más radical que daría en mis viajes.


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Lina Maestre
Lina Maestre
Soy Lina. Viajera, creadora de contenido, autora y emprendedora. Soy la que escribe, toma fotos y edita este blog. Nací en Colombia y he viajado en solitario y en pareja por más de 40 países. Soy autora del libro El Arte de viajar sola y la creadora de Ellas por el Mundo (una agencia de viajes para mujeres). Acá encontrarás relatos de viajes, consejos y guías de destinos e inspiración para tus viajes. Puedes ver mi día a día a través de Instagram.

4 Comments

  1. Carolina dice:

    No podrías haber escrito algo más lindo!!!!

    Un abrazo desde Argentina!!

  2. Claudia dice:

    Lina eres una mujer berraca como diríamos en Colombia, me encanta como escribes, como vives tu vida e inspiras a los demás. Gracias, mil gracias por tu espíritu aventurero y por compartir lo que haces. Esta historia es hermosa haces vibrar mi ser cada vez que te leo!

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