Misahualli se encuentra a orillas del río Napo, es reconocido por ser el primer puerto turístico del Amazonas y del cual yo jamás había escuchado nombrar antes. Desde Baños tomamos la ruta dirección Tena, la puerta del Amazonas ecuatoriano. Me encontraba con Alex, mi anfitrión de Couchsurfing quien me había recibido en su casa en Latacunga y se había ofrecido a llevarme a conocer la zona oriental o la selva ecuatoriana, durante el fin de semana festivo.
Durante el trayecto el paisaje fue cambiando drásticamente a medida que nos adentrábamos a la selva. Un verdor protagonizaba la escena, mientras la humedad aumentaba a medida que descendíamos. Al llegar al pueblo, noté inmediatamente el cambio. Dos niños descalzos manejando bicicleta bajo la lluvia, mujeres en sus terrazas, niños mostrando su panza y jugando entre ellos, hombres en pantaloneta. Ya habíamos llegado a Misahualli.
Cuando entramos al pueblo estaban de fiesta. Una monja con un micrófono en la mano hacía de “director de orquesta” y no paraba de alabar al santo al cual se homenajeaba. Mujeres y niños bailaban al lado de la plaza principal, luciendo sus trajes típicos y moviendo sus cuerpos con danzas tradicionales tal vez aprendidas de generación en generación, quizás mucho antes de que los colonizadores llegaran imponiendo una nueva religión. Retazos y ausencia de lógica. Una ambivalencia que acompañará siempre mis viajes. Mientras yo observaba el baile, los vendedores ponían frutas y verduras típicas de la zona selvática en estantes improvisados de madera y en el piso. Se veían otros turistas con sus cámaras fotográficas colgando en el cuello y a lo lejos una estatua inmortalizando a cuatro monos, el animal oriundo de este lugar. Para ser un pueblo de cinco o seis manzanas, había bastante movimiento. Tal vez por las fiestas, tal vez porque era festivo en Ecuador o tal vez porque cada vez van más y más turistas.
Decidimos entrar a un restaurante para probar el pescado típico de la región: tilapia cocinada dentro de una hoja de árbol. Disfrutábamos del plato cuando dos monos entraron al restaurante y se escabullían entre los troncos del techo mientras el dueño del recinto intentaba echarlo con una escoba. Todos los comensales dejaron a un lado sus actividades para sacar fotos y hacer videos del espectáculo. No todos los días se ven monos entrando a restaurantes, caminando por las plazas o robando cualquier pertenencia al primer descuido de cualquier posible víctima humana. Estar en ese lugar me encantaba. La selva es una palabra que tan sólo con nombrarla, destila una fuerza de aventura, de fuerza y hasta de dudas. Me hubiera encantado celebrar con una cerveza el estar allí en ese preciso lugar, pero no fue posible. No porque no quisiera, sino porque en Ecuador los días domingos no se vende alcohol (o al menos eso me contaron) para evitar “inconvenientes laborales y estudiantiles” los días lunes. Me pareció muy extraño pero a la vez razonable conociendo la lógica de la cultura latina.
Después del mediodía, cuando el astro rey comenzaba a dorar los espaldares del río, una fina lluvia empezó a caer esparciéndose rápidamente por todo el pueblo. Algunos se refugiaban mientras nosotros caminábamos hacia el río. A pesar de la lluvia, se percibían nítidamente los sonidos de la selva. Algunos pájaros trinando, insectos, mamíferos… La selva es un lugar lleno de susurros. Me senté en un tronco húmedo haciendo malabares para no mojar mi cámara fotográfica, la saco y cubriéndola con mi impermeable, logré cambiarle el lente. Observaba a dos niños que jugaban fútbol con una mujer más adulta. Me llamó la atención su forma de jugar, descalza pateaba el balón con fuerza y les enseñaba nuevos trucos a sus hermanos. Mi “Ñaña” le decían (así le llaman a la hermana en Ecuador). Disfruté demasiado ese momento de estar quieta, de no hacer nada, de no pensar en nada más, más que en observar lo que sucedía a mi alrededor. Sentada en la margen del río de arenales blancos, agradecí por estar ahí, observando sin hacer nada más, sin ninguna otra preocupación que el estar. Tal vez era la inmensidad de la selva, las pinceladas del sol en el cielo o los recuerdos de estos años de viajes que embellecían aún más el paisaje.
Lentamente el cielo se fue tiñendo con colores vivos, cayendo sobre el verdor de la selva y las aguas del río se tornaban negras. Me llevaba un hermoso recuerdo de Misahualli y mi paso fugaz por la entrada a la selva.
2 Comments
Hola lina saludos desde república dominicana
Hola Stefany! Gracias por visitar el blog 🙂 Un fuerte abrazo