El desierto, al igual que el mar, define estilos de vida, hábitos de comida e incluso de trabajo.
La idea de ir a un desierto me llegó como casi todas las ideas de mis viajes, observando por horas un mapa y leyendo sobre destinos, aferrándome a una ilusión de “pronto lo veré con mis propios ojos, pronto seré yo quien lo viva».
Naty -amiga viajera y autora del blog Cuentos de mochila– y yo, tomamos un bus desde Bogotá hasta Neiva muy temprano en la mañana. Desayunamos, nos subimos y en el camino intentamos recuperar las cinco horas de sueño faltantes de la noche anterior. En el bus miro a través de la ventana y pienso lo feliz que me hace estar en movimiento, desempolvar una mochila que desde hace meses me pide a gritos que la saque a pasear y despertarme temprano en la mañana, respirar hondo y sentirme feliz desde que empieza el día. Viajamos en unos de esos buses que no se les puede exigir que no se detengan cada cinco kilómetros, porque para eso regateaste como turca y sacaste el pasaje más barato. Miro por la ventana, árboles típicos del altiplano que van cambiando a medida que bajamos la montaña. Naty duerme a mi lado y el conductor no se decide entre un “…quién como tú, que día a día puedes tenerle”, de la cantante Ana Gabriel y un “…porque te quiero lo suficiente como pa’ darte una buena vida” de Rafael Orozco (cantante colombiano de música vallenata, ya fallecido). Lo de siempre en la mayoría de buses colombianos.
Llegamos unas cinco horas después al terminal de transporte de Neiva, la ola pegajosa de calor se hace sentir apenas ponemos un pie fuera del bus. Mochilas al hombro y al primer suspiro nos preguntan para dónde vamos.
-Pa’ la Tatacoa- Le respondo a un hombre alto, moreno, de contextura gruesa y con la camisa medio desabotonada con el logo de una empresa de buses.
-Las llevo por 15.000 pesos a cada una-
-mmm lo vamos a pensar, le digo.
Merodeamos un rato para terminar en la red del mismo hombre.
-Amigo ¿A cómo nos deja el pasaje?
-Mire amiga, se los dejo en 12 mil pesitos a cada una porque me cayeron bien (ajá, el cuento de vaqueros cuando quieren vender algo), pero no digan nada porque a los demás les cobré los 15.
-Listo. Le estiro el puño de mi mano derecha y lo golpeo contra el suyo. Trato cerrado
Nos subimos en la parte trasera de una camioneta con techo. Esta vez no había música pero sí la hermosa melodía del viento pegándote en la cara con tal fuerza que te obliga a cerrar los ojos. Unos 45 minutos después, nos detuvimos en Villavieja, un pueblito con casitas de lado y lado de la carretera, ancianos sentados en las terrazas de sus casas y niños con el uniforme del colegio corriendo de un lado a otro. Se bajan algunos pasajeros y el viaje continúa.
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Vivimos en un siglo donde ya nada se deja al azar o a la fantasía. Internet, redes sociales, revistas de viajes, sí, blog de viajes también, acaparan toda la atención y se nos hace fácil imaginarnos cualquier rincón del planeta a través de fotos y vídeos. Imaginarse un desierto no es difícil, pero imaginarse un desierto que a la vez NO es desierto, es una tarea excitante por más que lo hayas visto en fotos. Desde el momento en que vi el paisaje rojizo y montículos de tierra repletos de cactus, se me pintó una sonrisa en la cara y le dije a Naty, mira, ¡qué lindo es!
¿En qué caja de colores se pueden ver tantos tonos marrones tan diferentes? Simplemente hermoso.
Nos bajamos en un hostal que nos permitía montar la carpa. La armamos en el patio trasero (¿?) y decidimos salir a caminar un rato. Mucha agua, tres litros de bloqueador encima y… error. Salir a caminar en un desierto en pleno media día no es una buena idea. El sol quemaba, el calor era infernal y algo curioso de los lugares calientes es que te cansas más rápido, cada pisada se siente gigantesca y pesada. Abortamos misión y nos devolvimos al hostal donde conocimos a una sueca que estaba en el comedor limpiando las plumas de su atrapa sueños.
Alta, rubia, ojos azules. Presa fácil de vendedores que le doblaban el precio de las cosas que ella quería comprar.
Entre charla y charla, te das cuenta cuánto un extranjero puede amar a tu país. Entre frases que van desde un “fui a Panamá, Costa Rica y muchos otros países, pero la hospitalidad de Colombia es algo increíble” a un “en mi país la gente no se abraza tanto como aquí”, empiezas a detallar que eso es lo que más aman los extranjeros de los latinos, pero que nosotros mismos, al parecer no vemos.
Cuando el sol empezaba a ocultarse, aprovechamos las tres para salir a caminar, nos acompañaba la balada monótona del viento y la puesta del sol. Llegamos al Observatorio de Astronomía donde un astrónomo da una charla de dos a tres horas cada noche. Increíble cómo en tan pocas horas puedes aprender lo que no has hecho durante años. Ratificas tu idea de que eres un punto ínfimo en el universo y por fin aprendes la razón científica (y fácil de entender) de por qué Plutón ya no es considerado como un planeta. Aprendes de las constelaciones, de la importancia de éstas para ubicarte y navegar y que la mayoría de los nombres de las estrellas provienen del idioma árabe y de la mitología griega.
Y así, mientras los tres, -Y cuando digo los tres, me refiero a dos chicos de Bélgica y Sudán que acababa de conocer y a Myriam, la sueca- se quedaron dormidos tendidos en el suelo por no entender ni una palabra en español- pude aprender en tres horas lo que no aprendí en el colegio en varios años (aunque también debo culpar a mi déficit de atención en las clases).
Fue el mismo astrónomo que nos dijo que esa noche llovería. Error que nunca se debe repetir: Siempre es mejor creerle a un hombre que estudia el cielo, cuando suelta ese tipo de comentarios.
-Espero que tu carpa sea de buena calidad-Me dice Naty
-No lo sé, es de mi amiga, nunca la he utilizado- le respondo con ingenuidad.
Once de la noche. Empieza a caer una leve llovizna, nada alarmante.
Doce de la noche. Rayos y centellas. La lluvia se lanza como gladiador en batalla y su servidora no puede pegar un ojo porque no confía en la carpa de su amiga. Me muevo. Me retuerzo. Miro hacia arriba. Toco la carpa. Salgo a revisar las estacas. Todo bien. No puedo dormir. Primera gota en el abdomen. Me muevo. Un lado, el otro, boca arriba. Segunda gota en la frente. Ya está, me largo. Agarro mis motetes y me voy para una hamaca.
Siempre he amado dormir en hamacas, la gente no entiende cómo les encuentro la comodidad; yo tampoco. Me gustan, es todo.
Al día siguiente decidimos alquilar una bici para recorrer el desierto. El clima lo ameritaba. El barro y el suelo mojado, no. Pedaleamos a pesar de lo difícil que era.
En el camino encontramos cactus, plantas, piscinas, todo un oasis encerrado en un NO oasis. Algo extraño de explicar y hasta de entender. Después del intento fallido de las bicis, nos largamos a patonear –Para eso sí soy buena-.
Nos encontramos plantas y frutas desconocidas como la pitajaya…
..Vecinos por aquí y por allá. -«¿Y ustedes qué nos miran?, uno no puede ni moverse porque ya están tomando fotos-«
Encontramos el mejor guarapo de caña del desierto (Y si no me equivoco, el único). Margarita, la dueña del lugar, nos cuenta un poco lo difícil que ha sido para ella abrir y mantener un negocio allí adentro en el desierto. Impuestos, documentos y “la competencia y el monopolio tan berracos que hay aquí adentro” nos cuenta mientras nos sirve «la ñapa«* en el mismo vaso desechable.
Una conversación amena que empezó con la compra de un guarapo de caña para ahuyentar el calor, terminó como un velero en pleno mar.
Contrastar la ignorancia del visitante, con la experiencia del local, es difícil de cambiar. No estamos acostumbrados a viajar de esta manera, dejando todo atrás en casa para vivir experiencias nuevas y absorber lo que el camino y el viaje en sí mismo nos brinden.
Cosas tan sencillas como sentarse a hablar con Margarita, la vendedora de guarapo de caña, o analizar y atesorar momentos en que los niños del desierto de no más de 10 años manejan motos mejor que bicicletas, es lo que puede hacer la diferencia de tu viaje.
Fueron pocos días pero intensos. Disfruté de nuevos paisajes, de la mejor compañía viajera, de la tranquilidad del desierto, de convivencias con lugareños y conversaciones amenas con extranjeros.
El movimiento y la calma se equilibraron mutuamente. Cada destino puede ejercer un cambio en ti, todo puede ser alimento para el alma y el desierto de la Tatacoa es digno ejemplo de ello.
*Ñapa: Pequeña cantidad adicional gratuita
Comparto el resumen de nuestro viaje en este vídeo.
¿CÓMO LLEGAR?
Desde Bogotá, Medellín o principales ciudades debes llegar a Neiva, en el departamento del Huila. En la terminal de buses puedes tomar un carro que te deja en Villavieja o directamente en el desierto. Precio Aproximado (4.9 usd) 15.000 COP (regateen) al desierto y 6.000 (2 usd) a Villavieja.
ALOJAMIENTO
Camping, hostales, hamacas desde 5.000 hasta 80.000 COP (1.5 a 27 usd) dependiendo de lo que escojas.
Si llevas tu carpa puedes acampar en casi cualquier hostal o propiedad. Por persona puedes encontrar precios desde 5.000 pesos hasta 16.000.
Dormir en hamacas 10.000 COPpor persona (3.8 usd)
Habitaciones con baño privado desde 20.000 (7 usd)
Si deseas mayor comodidad, en Villavieja puedes encontrar hoteles con aire acondicionado desde 70.000 COP (23 USD)
COMIDA
Desayunos desde 5.000 COP
Almuerzos y cenas desde 8.000 COP hasta 25.000 COP dependiendo del lugar.
El agua es costosa pero en un desierto es mejor no escatimar en este gasto.
ACTIVIDADES
A las 7PM hay una charla de astronomía en el Observatorio por 10.000 COP (3.2USD) , ¡Vale la pena!
Puedes alquilar bicis a 5.000 pesos la hora (1.7 usd) y caballos a 15.000 COP (5.2 usd)
El uso de las piscinas es de 5.000 pesos por persona
RECOMENDACIONES
Lleva linterna, ropa clara, repelente, vestido de baño y mucho protector solar.
En el desierto la luz eléctrica es escasa y no hay señal de celular. Aunque dependiendo de la empresa de telefonía móvil y el modelo de celular (entre mas viejo mejor) puedes encontrar señal en algunos puntos.
En transporte, regateamos y los pasajes Bogotá-Neiva-Bogotá fueron 60.000 COP. En el carro desde la terminal de Neiva-al desierto fueron 12.000 pesos cada trayecto.
En alojamiento, fueron dos noches de carpa: 10.000 pesos
Actividades: Observatorio y bicis: 15.000 pesos
Agua y otros: Entre 15.000 y 20.000 pesos
Comida: Todo lo llevamos desde Bogotá y no nos gastamos más de 20.000 cada una.
En total, dos noches y tres días, todo nos salió por 130.000 pesos (45 usd).
Y tu, ¿Ya conoces el desierto de la Tatacoa? ¿Alguna experiencia que desees compartir?
14 Comments
Hola. Que buen relato! Cual fue tu transporte dese Bogota hasta Neiva? Esta muy económico. Se podria ir en automóvil personal hasta villa vieja, y habria alguna forma de dejarlo ahi mientras estoy en el desierto 2 noches?
Hola Juan, muchas gracias! Yo fui en bus desde Bogotá a Neiva. Puedes ir en auto hasta el desierto. No es necesario que lo dejes en Villavieja. Saludos!
Mi padre es de Villavieja, hace unos 30 años que se fue a vivir a Cali (lugar donde también resido). Solíamos ir con frecuencia de visita, para navidad, fin de año y ferias en agosto, me encantaba cuando salíamos a pasear al desierto en caravana con toda la familia, como un batallón de 30. Leer esto me ha recordado todo eso. El clima es genial, lo siento porque me encanta lo cálido. Ahora creo que debería volver a aquel lugar jumto a mi padre, nos haría bien.
Lindo que mis palabras te hayan transportado en los recuerdos. Volver a las raíces siempre hace bien. Gracias por tu mensaje Valentina y espero que me cuentes cuando regreses con tu papá. Abrazos
sabes cuanto cuesta la entrada en si del desierto
Hola Andrea! Como tal, no hay costo para entrar al desierto. El costo sería en el transporte, el alojamiento y la comida. Saludos!
holaaa me encanto tu relato soy de ibague y pienso ir en un mes, me gustaria saber las distancias, vi que alquilan bicis caballos etc pero tambien vi algunos que andan en moto se puede recorrer en moto ?? y que comida se podria llevar ? graciassss
Hola Paola, gracias por visitar el blog! Así es, alquilan caballos y bicis y también se puede ir y recorrer en moto. Comida puedes llevar enlatados, snacks y galletas. Cosas que no necesiten refrigeración. Saludos y buen viaje!
Hola Lina, de casualidad tienes el contacto del lugar en donde te quedaste a dormir para reservar la dormida en hamaca. y sabes si hay en donde dejar las maletas en caso de dormir en hamaca, gracias
Hola Camila! Desafortunadamente ese contacto lo perdí :/ Pero hay muchos lugares que ofrecen dormir en hamacas y tienen lockers (te aconsejo llevar tu candado).
Hola! Tengo 18 años, soy de Argentina y estoy pensando en recorrer Colombia sola… Si no es mucha molestia me gustaría que me respondas unas preguntas.
Dado que nunca organice un viaje, estoy aquí leyendo tu blog (que por cierto me encanta) con el fin de informarme sobre los gastos, alojamientos, etc. Quería saber lo siguiente:
Una vez que llegas a Villavieja o directamente al desierto, ¿Encuentras fácil los lugares para alojarte? honestamente tengo miedo de perderme una vez que esté allí.
Saludos y me encanta tu blog!
Hola Maia! Gracias por visitar el blog. Es muy fácil encontrar alojamiento en el desierto, hay para todos los gustos y precios.Puedes llegar y preguntar o el mismo conductor te puede recomendar un lugar.No es nada complicado. ¡Saludos y buen viaje!
Lina Maestre, Gracias por la información tan detallada, para ir en moto se facilita el parqueadero?
Hola Leonel! Sí, los hay y muchos hostales tienen zona para dejarla