El plan es el siguiente: mi gran viaje debe empezar en la Costa Pacífica colombiana, así que llego a Cali desde Bogotá. En la terminal de transporte, tomo un bus hacia Buenaventura, donde luego tomo un barco hacia Bahía Solano, donde pasaré las siguientes cuatro semanas, disfrutando por primera vez del Océano Pacífico.
El plan del camino es distinto: llego a Cali a las 8:00 AM, llamo a la empresa de barcos para confirmar la hora de salida y me dicen que ya zarpó la noche anterior y el próximo sale una semana después. No hay plan B y no conozco a nadie en la ciudad.
Viajar es tentar al destino, leí en algún libro. Sin buscar empedernidamente esta frase, parece que ella me acechaba a mí, como un cazador tras la huella de su presa herida. Con la difusa calma de aceptar todo lo que me pasara en el camino, busqué un café Internet en la terminal y empecé a navegar en mi cuenta de Couchsurfing (aquí explico qué es y cómo funciona). Encontré un mensaje no leído de una mujer que me invitaba a su casa y al final me incluía su número telefónico. No podía decirle que no al destino.
La llamé y le conté mi situación. Su respuesta no fue negativa ni positiva. Pero por intuición sospeché que el destino estaba de mi lado. Me avisó que me llamaría media hora después, cuando terminara de desayunar. Me siento en una banca a esperar.
Observo, analizo. A mi lado una monja hace lo mismo y yo soy la víctima. Muevo mi cabeza en dirección a ella y me voltea la mirada. Suena el teléfono, es María. Me dice que me puede recibir pero debo dormir en un sofá cama porque ya tiene otra inquilina de Chile. ¡No importa! Ya estoy acostumbrada a dormir en donde sea. Me da su dirección y las indicaciones para llegar. Anoto todo en unas de mis agendas. Me levanto y la monja me dice que tenga mucho cuidado. Le agradezco y me marcho.
Salgo del terminal, pido indicaciones cada cien metros. Cruzo la calle y espero la ruta que debo tomar.
Al bajarme del bus veo a María junto a Ruby (la chilena) quienes me reciben con un caluroso abrazo. Ese día salimos a almorzar y me invitaron a un concierto de Jazz. María es periodista y va a todas las actividades culturales de la ciudad. Siempre se escucha que Cali es la capital de la salsa y que Cali es Cali, lo demás es loma... Había pasado a vuelo de pájaro por la ciudad en años anteriores, cuando apenas era una estudiante y me había ganado la entrada a un congreso de emprendimiento.
Fui con varios estudiantes y nos limitamos solo a asistir al Congreso, al zoológico y a un centro comercial donde terminamos enloqueciéndonos con algunos cócteles de más. No podía decir que conocía Cali, pero sí que había pasado por ella.
No tenía planeado visitarla como primer destino de mi viaje, por lo tanto, no había leído ninguna guía ni nada de nada sobre la ciudad.
Mi brújula me llevó y me dejó en Cali por azares del destino y dependía de los planes y de la hospitalidad de María para conocer la ciudad. Era mi segunda oportunidad para conocerla. No la quería desaprovechar.
Cali, como muchas otras ciudades de Colombia, arrastra el estigma de ser peligrosa y de haber vivido una época dura de violencia y narcotráfico. No sabía mucho más.
María desde un principio se empeñó en mostrarme una Cali más cultural y menos pachanguera… O más bien una Cali pachanguera y cultural, más bohemia, donde siempre hay algo para hacer y el hacinamiento por la violencia había quedado años atrás.
-Hay que andar con mucho cuidado, pero ya esto no es como antes-, me decía mientras caminábamos para asistir a un concierto de Jazz, donde la música era una especie de sincronización con mi estado emocional y mi capacidad de sorpresa.
Esa noche fuimos con Ruby, María y dos amigas de ella, a comer pizza y a una cata de cerveza. ¡Díganme dónde hay pizza con cerveza y llego de rodillas!
Al día siguiente fui a recorrer la ciudad con Andrea, una de las amigas de María. Antes de iniciar el recorrido cultural por Cali, fuimos invitadas a una rueda de prensa de Expo Cali, en uno de los hoteles más prestigiosos de la ciudad. Gente con excesiva pulcritud comparada con mi pinta descomplicada y algo desalineada para el gusto de algunos.
Entramos al salón de rueda de prensa donde explicaban que querían apostarle a una nueva oferta permanente de salsa para el visitante. Aseguran que hace falta producto turístico en Cali y quieren explotarlo con la salsa. Mientras nos hacen una muestra de baile de varias escuelas de salsa de la ciudad, desfrutamos de un desayuno que nos indica que el Chef ha estudiado, tal vez, en alguna de las escuelas más prestigiosas del país o del mundo.
Ese mismo día se estaba dando inicio al X Festival de Ballet y Danza en Cali, y por supuesto María nos llevó como sus invitadas.
Presentaciones de danza en vivo y movimientos corporales que descrestan a más de uno.
Al salir de la presentación y después comer unas deliciosas empanadas vallunas con el famoso champú, nos fuimos a caminar.
Iniciamos por el centro, donde las paredes «hablaban».
Seguimos por la Casa de la Cultura y Proartes, para luego entrar a la Sociedad de Memorias Públicas.
Caminamos por el bulevar del río, lugar de concentración para almorzar, compartir, declarar su amor y otras tantas cosas que puedo afirmar porque las vi en el momento.
El bulevar del río junto con el túnel que pasa por debajo, es una de las infraestructuras más importantes de la ciudad, además de ser el espacio público más grande de Cali.
Seguimos caminando hasta llegar al puente España, donado por la corona española con ocasión de la celebración de los 400 años de fundación de la ciudad. Mientras lo cruzamos, María nos explica que aquel edificio viejo, con la pintura descascarándose, era Coltabaco y fue donado para convertirlo en un centro dedicado a las artes.
Cerca del puente España, se puede apreciar la Ermita. Su verdadero nombre es Nuestra Señora de los Dolores de la Soledad del Río.
Pasamos por la Plaza de Caicedo (uno de los tres sitios de nacimiento de la ciudad junto con San Antonio y la Iglesia de las Mercedes). En frente de la Gobernación vimos la Iglesia de San Francisco y a su paso, mujeres con sus máquinas donde exprimen la caña para luego “sacarle el jugo” y agregarle limón con hielo. Vendedores de mango, de cholado, de frutas y cualquier otro producto comestible o que en su defecto, sirviera para el calor inclemente del medio día.
Fuimos las tres a la panadería “La Fina” donde probé por primera vez una bebida a base de huevo. Al principio estaba escéptica por el ingrediente principal, pero al probarla, una bebida densa, a base de huevo, leche, vino y algún otro ingrediente secreto que no me quisieron dar, la bebida es todo un éxito -¡Qué viva la originalidad y el rebusque colombiano-¡
En la tarde, después de que María se fuera, Andrea y yo nos fuimos caminando por la margen izquierda del río Cali en busca de Caliwood. En el camino, lo vi por primera vez. El famoso gato del río, creación de Hernando Tejada y que fue donado a la ciudad en 1996. Diez años después, la Cámara de Comercio abrió una convocatoria en todo el país para que diversos artistas intervinieran con la creación de 16 hermosas gatas para acompañar al Gato del Río. La historia dice que le construyeron gatas para que el famoso gato pudiera escoger. Me guardo mi opinión con respecto a este tema, el cual me parece algo machista. Lo cierto es que este parque con sus esculturas, embellecen la ciudad.
Mi favorita es la gata «Siete vidas». A pesar de todas sus caídas no se rinde y sigue siendo ejemplo de fortaleza, paciencia y esperanza.
Después del parque caminamos buscando el Museo Cinematográfico –Caliwood-. Así como la India y Estados Unidos tienen su empresa cinematográfica, pues en Colombia también y se encuentra en Cali. El dueño, Héctor, nos recibió con los brazos abiertos y con una bienvenida con tal euforia que me hizo pensar de inmediato que no reciben muchas visitas mensualmente. ¡Una lástima! Es un lugar que todo local y extranjero debería conocer. No solo por conocer la historia de cine de Colombia sino por la curiosidad de ver, conocer y tocar las máquinas utilizadas durante años en uno de los negocios más rentables desde su invención.
Esa misma noche fuimos a otro concierto de Jazz. Esto es Cali, ¡sí! Pero no la viví ni la conocí como el símbolo de la salsa aunque sí lo sea, sino como una ciudad con identidad y con una muestra cultural tan amplia como la sinfonía misma de las canciones de salsa que la identifican.
Para agregarle la cereza al postre, María me llevó a conocer El Cristo Rey de Cali. Construido entre 1949 y 1953, mide 26 metros, tan solo 12 metros más bajo que el Corcovado de Río de Janeiro. Desde allí arriba se puede admirar toda la ciudad.
Mi viaje no inició como lo había planeado pero no pudo tomar mejor rumbo. Si no hubiera llegado a Cali, ni conocido a María, no hubiera vivido la ciudad de esta manera, ni hubiera tomado un rumbo diferente. Días después, estando en San Antonio, el barrio colonial de Cali imperdible según las guías de viaje, conocí a un amigo de María que cambiaría el rumbo de este viaje.
Después de una larga conversación, fui invitada a una zona de Colombia que jamás hubiera pensado visitar. Fue así, aceptando todo lo que me pasara en el camino y después de haber disfrutado este recorrido cultural por Cali, que al día siguiente iría a una de las zonas que han sufrido la mayor violencia del conflicto armado nacional.
2 Comments
Chevere lo de las gatas! Aunque bastante machista la historia, sí. Y no visitaste escuelas de salsa? O hiciste algún vídeo de la salsa caleña? El movimiento de pies a mil por hora es para dejar boquiabierto a cualquiera!
Lo de las gatas es hermoso! Visitar escuelas como tal, no. Pero si tuve la oportunidad de ver un espectáculo de salsa, el vídeo lo tengo en la fanpage de FB 🙂