Era inevitable dejar pasar por alto que habíamos llegado. Todo cambia cuando entras a una micro-nación que tiene más dinero de lo que muchos otros países en el mundo puedan siquiera soñar. La frontera entre Francia y Mónaco ha estado generalmente abierta y no existen controles fronterizos o migratorios entre los dos. Así que como quien dice coloquialmente: Entramos como Pedro por su casa.
Autos lujosos, cámaras de seguridad en cada esquina, personas paseando a sus perros que a juzgar por las uñas del animal, estoy segura de que les hacían pedicure. Todo se me hizo extraño. Acababa de salir de una de las islas más bellas del Mediterráneo, pasé meses caminando en short, vestido de baño y sandalias por todas sus playas, escalando, recorriendo todos sus rincones más verdes y unos días después estaba caminando por la mayor muestra de dinero que había visto en mi vida. Hay países en Europa que están hechos para conocerlos caminando por sus armónicas ciudades, otros para transportarnos en la historia. Y está también Mónaco. A pesar de su tamaño no es una ciudad sino un Principado, después del Vaticano es el segundo país más pequeño del mundo y se ha convertido en uno de los destinos más atrayentes de la Costa Azul. Me sorprende ver tanto mundo abstraído de no sé dónde. En definitiva es un mundo diferente, algo fuera de este planeta y no me refiero precisamente en órbita sino en diferencia, en tanto contraste con el mundo que todos conocemos y por supuesto en el que vivimos.
Viajaba en el carro de un amigo francés con quien llevaba varios días recorriendo la riviera francesa. Durante el camino estaba hipnotizada con el paisaje, de un lado la montaña y del otro lado el acantilado con vista al mar Mediterráneo. El sol abrasador le daba un tono azul peculiar, no vamos a ponernos a especificar un tipo de azul en especial, era un hermoso color y eso ayuda a que cada uno se lo imagine a su manera. El viento pegaba fuerte y yo aproveché para sacar la mano y moverla intentando hacer olas en el aire, como lo hacía cuando era niña. En la radio escuchábamos Ella es mi fiesta y no fui yo precisamente quien la puso a sonar, fue mi amigo, un francés «latinizado» que está obsesionado con la cultura latina y todos sus derivados. También era la primera vez que él visitaba Mónaco, no porque no había tenido la oportunidad, simplemente porque él es más de naturaleza que de edificios y ostentación. Yo insistí y el accedió. Vamos, ¿Qué tan grave puede ser? Le dije.
Fue un micro-viaje, -en un micro-mundo- porque a las dos horas de estar caminando, yo ya no quería estar más ahí. Me quería ir y punto. Tal vez por eso mi mapa mental tiene una imagen tan vaga de Mónaco. Solo tengo pequeños instantes momentáneos y fugaces, en los que hay autos tan lujosos que apenas un latinoamericano común podría soñar, señoras paseando a sus perros y a juzgar por la imagen del canino va más al salón de belleza que yo. Hay otra mujer caminando y sosteniendo con su mano derecha un celular último modelo con un forro enchapado en un metal color amarillo oro -No puedo afirmar que se trataba de un forro hecho en el metal precioso aunque no se me haría extraño que así fuera-. Veo yates y sus dueños tomando champagne sobre la cubierta de éstos. Turistas por doquier que aprovechaban para disparar con sus cámaras al mínimo detalle que tal vez, -así como yo- se asombraban de ver tanto lujo y ostentación.
Caminamos y veo un casino inmenso, la fachada es hermosa y hechizadora. En su entrada se estacionan carros lujosos. Veo que baja un hombre, le entrega la llave a un joven que lo esperaba afuera, éste último se sube y se va. El dueño del auto entra al casino Montecarlo -de seguro a gastar lo que muchos ni siquiera se atreven a imaginar- uno de los casinos más famosos del mundo y uno de los atractivos turísticos más importantes de Mónaco. Fue construido en 1863 por el arquitecto Charles Garnier, el mismo que construyó la Opera de París. Un símbolo de Mónaco que le ha otorgado a los juegos y las apuestas un carácter de nobleza. Seguimos caminando por las calles donde pasa la carrera de Grand Prix, una de las carreras de Fórmula Uno con mas prestigio que se celebra cada año desde 1929.
Pasamos al lado de muchos restaurantes observando las terrazas desde donde sus comensales probaban platos que se veían apetitosos. Pienso en la cajita de sopa instantánea asiática que me espera en la noche, de esas que se preparan agregando agua caliente y en el empaque muestran un plato exquisito y más abajo hay un mensaje que dice «esta presentación no es real». No importa, estoy acostumbrada a comer lo que sea, donde sea, si hay algo que he aprendido de los viajes, es que un día comes una sopa transgénica y al día siguiente puedes probar una langosta o caviar. Las sorpresas en los viajes también pueden incluir un suculento menú.
Paisajes marinos, jardines, barcos, yates, precios prohibitivos. Tanta suntuosidad y presunción me causaba curiosidad y a la vez el deseo de marcharme. En este pequeño lugar de apenas dos kilómetros cuadrados de extensión, todo se ve por obra y gracia de Mastercard y Visa, o debería decir por obra y gracia de sus casinos. Aquí en estas tierras se le da significado a la palabra lujo.
No era mi estilo cubrir este tipo de viaje, pero eran las consecuencias de querer patonear por cada rincón de este bello planeta, de querer recorrer todos los puntos posibles de sus mapas y recolectar todo tipo de experiencias, que me llevaron a Mónaco. Un país donde solo el 20% de sus habitantes son monegascos, quienes no pagan impuestos y gozan del ingreso per cápita más alto del mundo. Desde que empecé a viajar por el mundo no solo me declaré mochilera sino una viajera amante de la naturaleza y enamorada de las cosas simples de la vida. Tal vez por eso la primera reacción que obtuve de mi mamá cuando le dije que estaba en Mónaco, no me asombró:
-¿Estás en Mónaco? Una expresión que en el trasfondo decía -«¿Estás mochileando en Mónaco?»
-Si, pero solo de paso
-Ahhh …. y más puntos suspensivos. Y ¿Cómo es? Cuéntame más… Fue su respuesta cuando le di noticias de mi actual paradero.
Este viaje fue impresiones de momentos, pensamientos vivos que marcaban cada paso. Pantallazos momentáneos de camina pero de lejitos, de mírame y no me toques, de grupos de turistas tomando fotos a los yates y a la marca de carros de sus sueños, de sigue caminando y cuidado con el viento que me sube el vestido, de detente que ya me estoy cansando, de aquí hay mucho que ver pero a la vez nada. Aquí los ojos pueden colmarse, pueden saturarse, pero los pensamientos que pasen por la mente de cada uno…Ya esa es otra historia.
Fue un recorrido pasajero, las ganas que tenía de venir eran las mismas que me obligaban a irme. Mucha superficialidad y «show up» para mi gusto; pero bueno, eso es lo lindo de viajar, estás en un lugar por primera vez y no sabes cuándo la vida te dará la oportunidad de regresar. Así que mejor dejar todo bien guardado en la mente.
CÓMO LLEGAR
A Mónaco puedes llegar en tren, en bus o en avión (el aeropuerto más cercano es el de la ciudad de Niza).
Aunque no hay estaciones de autobuses en Mónaco, puedes tomar uno desde Niza, tarda aproximadamente 30 o 40 minutos y te deja en diferentes paradas a lo largo de la ciudad. El mejor lugar para tomar el autobús de regreso a Niza es en la Place D’Armes.
QUÉ PUEDES VER Y HACER EN MÓNACO (Con poco dinero)
Dar un paseo por el Puerto Hércules, el principal puerto de la ciudad
Visitar el Museo Oceanográfico (l’Institute Oceanographique)
Caminar por la «Vieille Ville» de Mónaco, que es el casco antiguo
El Palacio Grimaldi que se encuentra en La Roca
Justo al lado del Palacio Grimaldi se encuentra la Catedral de Mònaco-Ville también conocida como la Catedral de San Nicolás, pues se construyó justo encima de sus ruinas. En este lugar se encuentran enterrados algunos miembros de la monarquía, como Grace Kelly y Rainiero III.
El Jardín Exótico y la Gruta del Observatorio, donde se agrupan miles de especies de plantas.
Si quieres visitar el casino Montecarlo debes pagar 10 euros la entrada y no puedes ingresar ni con tu bolso ni cámaras. Solo se accede con vestimenta formal y pasaporte en mano.
Si quieres que te sellen el pasaporte, acércate a la Oficina de Turismo y con gusto lo harán.
3 Comments
…Gracias a la chica que me enseñó Carlos Vives 🙂
Comparto tu sentimiento, no es un lugar que llame mucho la atención para mochilear, después de estar en lugares humildes ver eso puede causar mucho fastidio, aunque suena bueno pasarse por el puerto y sentarse a comer sándwich disfrutando de la vista antes de irse.
Me dio mucha risa la parte de ¨esta presentación no es real¨. Buen relato!
Hola Miguel, muchas gracias por pasarte por acá! Es bueno para pasear un rato, disfrutar la vista (adelante el mar y detrás el cemento y autos lujosos). De todo se aprende. Un abrazo!