Soy una mujer con caderas anchas, que se extienden a los lados y me hacen ver más robusta, aunque no lo sea. Durante años intenté mantenerme delgada para que no se notaran, pero los genes no mienten. Cuando era joven me solía comparar con las modelos de revistas y la televisión.
Hace unos años vivía lo mismo a través de las redes sociales. Aunque a mi edad, ya entendí perfectamente que no todas las mujeres tienen cuerpos que «encajen» y que hay patrones que no deberían ser. No todas estamos obligadas a arraigarnos a lo que no nos pertenece. No tienen por qué ser todos los cuerpos iguales para ser bellos.
Mis ojos son grandes esferas redondas de color marrón, acompañados de largas pestañas que fueron motivo de burlas cuando era pequeña: «Pestañas de burro», me decían. Hace unos meses me detuve frente al espejo a analizarlas y me di cuenta que ya no eran tan largas. Parece que han cambiado con el pasar de los años y el uso -no tan frecuente- de una que otra pestañina barata.
-«Ponte aceite de ricino todas las noches», me dijo una vez una estilista mientras depilaba mis anchas y negras cejas. Nunca lo hice, pero el consejo lo guardo por si acaso, por si las moscas, porque uno nunca sabe cuando llegan los delirios de belleza y recuerdos doloroso del pasado juvenil.
Alrededor de mis cejas tengo algunas manchas provocadas por el sol. Ahí están, bien disimuladas. Hay que acercarse lo suficiente y observar detenidamente para notarlo.
Mi rostro es redondo como una manzana, mi nariz era delgada hasta hace unos años, ahora se está ensanchando como la de mi abuelo Efraín, un hombre de descendencia africana. ¿Me gustará mi nariz futura?
Mis labios son delgados, el superior es más delgado que el inferior. Solía usar aparato para corregir dientes pero cuando me fui de viaje no usé el aparato corrector. Mis dientes superiores se están desacomodando nuevamente y el labio superior se está achicando, como si los dientes se lo quisieran tragar.
Tengo varias cicatrices, especialmente en las piernas y pies. Al contrario de lo que cualquiera pensaría, me siento orgullosa de éstas. Son el tatuaje vivo de alguna experiencia viajera, de un accidente con un coral mientras nadaba en el Adriático, de una tortuga marina que me cayó en el pie en el Pacífico colombiano, de una caída mientras subía el Monte Roraima en Venezuela, de un zancudo que me picó en algún lugar de África y otras cuantas que son testigo de los miles de kilómetros que he recorrido. Mis cicatrices no las cambiaría por nada.
Mi cabello es grueso y pesado. Muchas mujeres lo ven, lo tocan y se quedan extasiadas con su grosor. A mí me da lo mismo. Siempre ha sido así y no lo he conocido de otra forma.
Cuando era pequeña tenía la manía de arrancarme las puntas del cabello, especialmente cuando me encontraba ansiosa (o aburrida). Por años dejé atrás este comportamiento raro e injustificado, pero de vez en cuando regresa e intento controlarlo aunque a veces éste me controla a mí.
Mis manos deben ser unas de las partes favoritas de mi cuerpo. Son delgadas y pequeñas. De vez en cuando se notan mis venas.
-«Son manos de artista» me decía mi mamá cuando yo era pequeña. Nunca le refuté la idea ni pregunté por qué. Me conformé con ésta.
Mis uñas son cortas, me solían gustar largas y bien pintadas, pero ahora se me pone la piel de gallina cuando me las veo extensas. Siempre están cortas y así me gustan.
Me gusta más el perfil izquierdo de mi rostro que el derecho. Siempre trato de salir en las fotos mostrando ese lado.
Me gustan mis brazos, mis manos, mis pies, mi ombligo, mi vientre. Me gusta mi sonrisa, aunque antes me encantaba.
El tono de mi voz es bastante agudo pero a mí me da igual.
Hago mal la digestión y desde los once años tengo problemas del colon. Durante mis primeros años viajeros no le prestaba atención, ahora cuido muy bien lo que como y lo que dejo entrar a mi cuerpo.
No me gusta publicar fotos en vestido de baño, ni ninguna donde se muestren mis caderas oceánicas. Pero esto es lo que hay. Esto es lo que tengo. Lo que es perfecto tal y como viene por naturaleza. Este es el cuerpo que me ha llevado a recorrer el mundo, el que me ha acompañado en mis días de asombro y de desazón. Y aquí estoy, aunque me muera de vergüenza por hablar de esto.
Pero algo que he aprendido con los años, es que el viaje más difícil, es el de amarse tal y como uno es 💜.
¿Cómo te sientes en este mundo donde se ve más la perfección que lo que realmente es?
4 Comments
Qué buen ejercicio Lina. Lo intentaré!
Gracias por leerlo Sofi. Inténtalo 🙂 Vale la pena.
Es un buen ejercicio, hay cosas que nos asusta decirlas en voz alta, imagínate escribiéndolas. Un saludo donde sea que estés!
Es un ejercicio para reconciliarse con uno mismo <3 ¡Me encantó hacerlo! Un abrazo grande desde Francia