El lado gris de vivir viajando

Este no es un artículo que enumera los pros y contras de viajar, tampoco busca mercadeo e incluso ignora las reglas de SEO para hacerle señales de humo a Google. Este artículo sale directo del hipotálamo mientras muevo la mano y garabateo en este cuaderno a punto de acabarse. Este es un artículo que por primera vez lo escribo pensando en mí, deseando que tal vez el que esté detrás de esta pantalla pueda entender que vivir viajando no siempre es fácil, que no todo es color de rosas y las cosas pueden tornarse color gris.

Viajar es mudar de piel, es crecer como persona, es detonar ese nuevo alguien que puede que esté escondido en ti. ¿Detonar? Me hace pensar en qué tipo de detonante se necesita para escribir un artículo de viajes. Experiencias, encuentros, vivencias personales que puede que motiven o puedan que no. De esas experiencias también nacen los buenos tips y recursos para que muchos puedan emprender su tan anhelado sueño de alzar vuelo. Entonces, ¿Qué detonante necesito para este artículo escrito al azar y de manera imprudente?

Esto de vivir viajando, de estar lejos, de renunciar a muchas cosas para permitirle la entrada a nuevas experiencias también sale caro. Viajar de vacaciones con el tiempo contabilizado como reloj de arena puede que sea más fácil, solo hay tiempo para disfrutar y sonreír. Pero si hablamos de vivir viajando, de pasar meses y años lejos de los tuyos, es otra historia a contar. Tu vida sigue igual (o al menos eso intentas), sigues teniendo problemas, altibajos, momentos de tristeza, es solo que todo pasa mientras estás en movimiento.

En los viajes así como en  la vida las cosas vienen y se van, hay estaciones de llegada y otras de partida. Así ocurre también con las relaciones que no se pueden alimentar, lugares de los que no te quieres ir, personas a las que no quieres dejar de ver. Todo es un ciclo. Cerrar y abrir puertas, aunque a veces (muchas veces) canse y quieras detenerte en algún puerto o volver en algún momento al puerto de donde partiste. Eso mismo sucede cuando pierdes a un ser querido desde la distancia, quieres regresar y cerrar esa puerta que tú mismo elegiste abrir. Sin embargo, tu otra mitad te detiene y hace que te controles. Creo que uno de los mayores miedos de un viajero es de perder a un ser querido y no estar presente, y aunque muchas veces no es necesario decir adiós, el dolor y el miedo no se apartan de ti. Ese mismo miedo de saber que lo imposible a veces sucede cuando menos te lo esperas, en la cotidianidad de la vida, en las situaciones normales y eso desafortunadamente también incluye las malas noticias.

Cae nieve afuera, llueve por dentro.

Nadie sabe cómo ni en qué momento se termina esta partida de la vida, por eso, hay que seguir en dirección al punto donde quieres llegar, disfrutar el camino, desviarte de vez en cuando, caerte, levantarte y sacudirte. Abrir los ojos para contemplar nuevos paisajes, abrir la mente para entender nuevas culturas y conocer nuevas personas. Viajar no siempre es color de rosas, no lo es cuando pierdes seres queridos estando a kilómetros de distancia, pero seguir transitando ese hermoso camino, ver la luz y lo positivo en los días grises de los viajes, seguir teniendo fuerzas para abrir y cerrar puertas, eso es lo difícil y  la vez lo hermoso de viajar, mantener el equilibrio.

La naturaleza es como es y no como uno quisiera

¿Qué puede apagar el dolor? Hay palabras y momentos que sientes que te proyectan, que te tocan hasta las entrañas y te pueden sumergir allí, en lo más profundo, donde las emociones surgen. Vivir, viajar y vivir viajando es eso, abrir y cerrar puertas. Ahora para escapar del dolor puedo dormir y pretender que no duele, puedo trasladarme físicamente de espacio a un lugar diferente, caminar, tratar de ver con otros ojos, hablar un idioma sin decir una sola palabra, ver caer la nieve. Todo ayuda a escapar. Ver películas por ejemplo, a mi me ayudan a evadirme y callar todas las voces que hay en mí. Sí, porque cuando se viaja como estilo de vida, también se abre un tiempo y espacio para dormir hasta tarde, pasar uno o dos días sin salir, ir a cine o ver películas todo el día desde tu computador -no creas que todo el tiempo se vive con un coco en la mano al lado de una playa-.

Es en la cotidianidad donde vas aprendiendo y descubriendo tus propios paisajes, tu propia fortaleza, tu manera de ver el mundo y de verte a ti mismo. Así mismo, hay días en los que quieres volver, huir. Puede suceder cuando recibes esa llamada que avisa la mala noticia. Hace un año me pasó cuando estaba en Francia, ahora me sucede estando en Turquía. Momentos que te hacen reflexionar, en los que quieres desahogarte y a la vez esconderte del mundo. Momentos en los que sientes que el dolor te gana, pero después aprendes a convivir con él y poco a poco le vas ganando. Vas mudando de piel para enmascararlo. Vivir lejos no es fácil, vivir viajando tampoco lo es, pero si regresara al pasado y nuevamente me dieran a elegir, me iría de nuevo a perseguir mis sueños, me decidiría a ser curiosa y querer ver más allá las culturas y personas ajenas a mi cotidianidad, para conocer de forma directa otras historias, otros personajes y en el camino, ir creando mi propia historia. La vida en movimiento sería mi respuesta.