Antes de empezar mi viaje Así iba a empezar el artículo, pero después me di cuenta que este viaje lo empecé hace más de un año, el día que salí de Colombia para conocer el viejo continente; Un viaje previsto por un año y todavía estoy por estos lares. En fin, sin salirme tanto por las ramas, antes de dejar la isla de Córcega, un amigo francés me invitó a hacer un «road trip» (estamos muy americanizados) para conocer la única región de Francia en la que no había estado. La Riviera Francesa. Fue imposible decir que no, acepté de una. Enseguida me familiaricé con tantas películas, los olores de lavanda, perfumes, playa, sol y que mejor que hacerlo con un francés de la zona.
Nuestro viaje empezó en Marseilla, donde “Clé Clé” (así le digo por cariño) me recogió en el puerto de la Joliette, después de pasar la noche viajando en un barco de regreso de la isla de Córcega. Marseilla es una ciudad maltratada por los medios de comunicación como consecuencia de su nexo con drogas y narcotráfico. Una ciudad “peligrosa” para muchos franceses, pero no para mí. Siendo honesta fue una de mis favoritas. Al recorrerla no se puede pasar por alto su cultura típica Mediterránea. Su mercado en el puerto, digno de la costa, muestra una imagen viva de una ciudad que no se maquilla para el turista -gracioso, me hace pensar en Nápoles-.
La empezamos recorriendo en el “Vieux Port” –Viejo puerto- desde temprano en la mañana, momento perfecto para observar a los locales viviendo su día a día. Seguimos caminando por la ciudad, fuentes, sinagogas, iglesias, monumentos, estatuas, palacios, castillos, islas, barrios de pescadores, estrechas callejuelas, un poco de todo.
Subimos hasta la iglesia “Notre Dame de la Garde”, construida entre 1920 y 1947. Cuenta con el mejor mirador de la ciudad. Desde allí se puede observar el Castillo d’If, una fortificación construida en 1527 conocida mundialmente por ser el epicentro de la novela «El Conde de Monte Cristo».
El Palacio Longchamp, construido como canal de agua para abastecer la ciudad de Marsella. Reúne también el Museo de Bellas Artes, el Museo de Historia Natural y un parque botánico.
A l final me fui encantada de recorrer una ciudad viva, animada, que buen inicio –pensé-.
Seguimos nuestro camino y en la ruta nos olvidamos de las autopistas y los peajes y nos perdimos en las pequeñas carreteras, que aunque hacen el camino más largo también lo hacen más ameno con sus hermosas vistas. Nuestro siguiente destino fue Aix-en-Provence ciudad famosa por su belleza, y por ser protagonista de hermosos paisajes como la montaña Sainte Victoire, la cual sirvió de inspiración para el pintor Paul Cézanne.
El famoso “Road Trip” no estaba muy bien organizado, así que si algún día quieres hacer un tour por el sur de Francia, siéntete libre de tomar este artículo como guía, pero en el caso de la organización y dejar TODO al azar…Bueno, en eso sí que exageré un poco.
En nuestra primera noche sin haber reservado con antelación, decidimos empezar a llamar para buscar alojamiento. No encontrábamos nada. La cosa iba así:
-19:40: -Si, buenas, deseamos hacer una reserva para esta noche..
-Lo siento, solo tenemos servicio hasta las 19:30
-¡Carajo! … Gracias
-19:43: Recibimos la llamada del millón. El primo de Clé Clé nos invita a dormir en su departamento, como por arte de magia, milagro o señal del universo –como le quieras llamar- esa noche nos salvamos de dormir debajo de un puente. Yo y mi organización de pacotilla. Aunque algunas veces eso me gusta, no tener todo –o nada- planeado y sorprenderme de cómo un viaje no previsto termina siendo una de las mejores experiencias, de esas que sobreviven en la inmortalidad.
Al día siguiente seguimos camino por la Ruta Nacional 7, famosa por atravesar todo el país y llegamos a un pueblito llamado Le Castellet, enclavado en una colina, como salido de un cuento medieval. Lleno de hermosas plantas, pequeñas callejuelas, y casas de piedra. De todos los que visitamos, éste junto con Grasse fueron mis favoritos.
Fue un viaje muy improvisado, con mapa en mano íbamos decidiendo a dónde ir y durante el día en dónde dormir, no teníamos prisa. A excepción de Aix-en-Provence, nos quedábamos en campings alrededor de la ruta. Pasábamos la noche y al día siguiente temprano seguíamos camino.
Durante varios días recorrimos lugares excepcionales, dignos de postal. Seguimos por la Ruta de Crêtes, famoso lugar para hacer senderismo, hasta llegar a Cassis, un pintoresco pueblo famoso por albergar el parque natural de Calanques -se puede traducir como acantilados- donde la tierra se une con el mar de manera abrupta -y fascinante-.
En el camino Clé Clé decidió llamar a uno de sus grandes amigos que vive en la zona y nos pusimos cita en la ciudad de Bandol. Caminamos por el puerto, algo abarrotado de gente para mi gusto pero como siempre lo digo, las personas hacen de muchos lugares experiencias inolvidables.
Ya juntos los tres, decidimos dar un paseo por la zona y fuimos a île presqu’Île -La casi isla- llamada así por su nexo al continente tan solo por sedimentos de arena.
y ahí, sentados los tres con esta vista, hablando de viajes pasados, viajes futuros, viajes inventados en vidas no existentes, contemplábamos como el mar y el cielo se perdían en el horizonte.
Decidimos ir todos al Gorges du Verdon -Gargantas de Verdon- consideradas como uno de los cañones más hermosos de Europa. En qué momento la naturaleza se vuelve tan caprichosa y decide mostrarnos lugares tan magníficos, escondidos, dispuestos a ser descubiertos. Su agua de color verde-turquesa me hicieron pensar en mi amada isla de Córcega.
Visitamos la famosa ciudad de Saint-Tropez, símbolo de la Riviera francesa, del glamour y del Jet-set. Mucho para mi gusto. Recorrimos el puerto, que es a donde todos los turistas van y las imágenes típicas de champaña, yates, y «bling-bling» salen a relucir. Para sacarme un poco de la típica imagen de la ciudad, me enseñaron un lugar icono para los franceses, «La Gendarmerie«. Se trata de una saga -y después película- que reventaron taquilla durante varios años y fue aquí en Saint-Tropez donde se grabaron. Llegamos al sitio pero para mi suerte, estaban reconstruyéndolo ya que lo convertirán en un museo.
Si Saint-Tropez me pareció mucho Jet-set, ni para qué hablar de los siguientes destinos. Pero como la curiosidad mató al gato (¿O fue al ratón?) quise ir a Cannes, conocida mundialmente por su festival cinematográfico, a Niza, una de las ciudades más grandes de Francia y reconocida por su gran malecón con vista al Mar Mediterráneo y por último a Mónaco. Este último destino no estaba planeado, pero mis ganas y deseos de pisar todos los rincones de este planeta me llevaron a visitarlo por unas horitas nada más (contaré más sobre esto en otro artículo).
Los últimos días se los dedicamos a dos destinos muy especiales: Grasses y Menton. Dos ciudades de las cuales no esperábamos nada y fueron la sorpresa del viaje. La primera, es conocida por ser la capital mundial del perfume, con una industria que data desde el siglo 18. Tuve la dicha de visitar una fábrica de perfume y de conocer el proceso de fabricación desde la recolecta de flores hasta llegar a la parte química. Una explicación que da para un post completo, así que pronto lo publicaré. Y por último -pero no menos importante- visitamos Menton, ciudad que limita con Italia y cuenta con un malecón y un puerto rodeados de plantas exóticas, palmas, fuentes, un ambiente completamente diferente, más costero, más de lo que me gusta a mí.
Fue un viaje que no esperaba, nada fue planeado y me sorprendí demasiado con todo lo que vi, lo que viví. Definitivamente el sur de Francia -incluyendo la isla de Córcega- me desestabilizó un poco, de tal forma que cada vez se me hace más difícil despedirme de este país.
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[…] en el carro de un amigo francés con quien llevaba varios días recorriendo la riviera francesa. Durante el camino estaba hipnotizada con el paisaje, de un lado la montaña y del otro lado el […]