Salento y el Valle del Cocora | Patoneando blog de viajes
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Salento y el Valle del Cocora: La belleza que ignoraba

«Acá todos los días del año entran gringos», nos dice el dueño del restaurante donde pasamos a desayunar mientras su esposa nos terminaba de preparar huevos revueltos con arepa.  Salento y el Valle del Cocora hacen parte de esos destinos «por conocer» que aparecen en las guías de viaje por Colombia.

Sin embargo, como siempre suele suceder, somos muchos los colombianos que aún desconocemos su importancia y yo hacía parte de los otros muchos que nunca habíamos ido. Ignoraba su belleza. Ignoraba todo lo concerniente a esta parte del país. Tal vez por eso el dueño del modesto restaurante, con cuatro mesas cubiertas de manteles de plástico rojo y floreado, nos contaba la historia de «gringos» para referirse a cualquier foráneo de cabellos dorados, tez blanca y ojos más claros que los de él, sin darse cuenta que nosotros también hacíamos parte de esa bandada de visitantes.

Mientras nos tomamos la bebida caliente (una mezcla de chocolate con panela, que degustaba por primera vez en mi vida), él nos habla del Valle de las palmas de cera, de las fiestas de la región y de «la platica» que se hace con la llegada de tantos turistas.  Algo notorio al ver los precios, aunque mucho más baratos que los de la capital, siguen siendo más altos comparados con otros pueblos y municipios de Colombia.

Habíamos llegado de noche desde Bogotá y a pesar del cansancio, alcanzamos a recorrer las cuatro cuadras de casas coloniales de la Calle Real rodeada de artesanías y otros productos típicos de la región y alcanzamos a subir los más de doscientos escalones hacia el mirador (sí, los contamos). Mientras lo hacíamos, fuimos descubriendo las casas viejas pero bien conservadas, con variaciones de colores verdes, azules, anaranjadas, colores pastel entre otros, adornadas con balcones que aún se conservaban tal y como al principio de sus tiempos. Cuando llegamos arriba del mirador, detrás de nosotros estaba el pueblo en todo en sus esplendor y días después nos daríamos cuenta que adelante teníamos una vista de un paisaje natural único y esplendoroso.

Salento y el Valle del Cocora - Patoneando blog de viajes

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Vista desde el mirador

Ya empezaba a entender el por qué del auge turístico del que gozaban Salento y el Valle del Cocora. Aunque no sería hasta el día siguiente en la mañana, cuando viéramos por primera vez las palmas de cera, que terminaría de entender y doblemente confirmar mi afirmación.

Había llegado por primera vez a la zona cafetera, sin recordar que muchos años atrás ya había visitado territorio paisa cuando fui a Medellín pero nunca me había adentrado en la agreste región cafetera, con sus onduladas montañas, mulas cargando grandes sacos de café y cientos de Jeeps Willys paseándose por la zona con racimos de plátano y pasajeros colgando desde su parte trasera.

Los vi por primera vez en la Plaza de Bolívar, formados en hileras, esperando pasajeros para poder llenar el cupo y partir al Valle del Cocora. Un auto que fue construido para usarse en la Segunda Guerra Mundial, cambió sus caminos para recorrer las trochas y montañas del eje cafetero y utilizarse para otro fin. Fue en uno de éstos donde nos subimos para ir a conocer la especie de palmera más alta del mundo y declarada árbol nacional de Colombia. Fue descubierta por el alemán Alexander Von Humboldt en 1801 y es ésta, una de las mayores causantes de miles de visitas al año en Salento.

Las coloridas puertas de Salento

Las coloridas puertas de Salento

EL VALLE DEL COCORA

No teníamos ninguna pista de cómo llegar ni qué camino recorrer. Al bajarnos del Jeep caminamos a paso lento esperando ver algún cartel de «Usted esta aquí» o algo por el estilo, pero contrariamente a eso, teníamos a hombres de la región rodeándonos y vendiéndonos caminatas ecológicas o montadas a caballo. Decíamos muchas gracias cada cinco segundos mientras nos alejábamos de la multitud. Seguimos a una pareja que al parecer tampoco tomaría ningún tour y les pregunté para dónde iban. -Ni idea- me respondieron. Ahh bueno entonces vamos detrás de ustedes, les dije con una sonrisa de oreja a oreja. Además de nosotros, tres chicos venían detrás cargando equipaje de camping. Nos dijeron que iban al Parque Nacional Natural los Nevados.

-¿Van solos?- Les pregunté asombrada porque no iban con un guía.

-Sí, subimos dirección Estrella de Agua y dormimos en el camping La Primavera. Mañana seguimos subiendo.

Ellos no tuvieron que pagar los 350 mil pesos que cobra un guía (119 usd), iban por su cuenta y aunque no puedo asegurar cómo les fue porque les perdimos el rastro unas horas después, puedo decir que el dinero no debería ser siempre la excusa para llegar a muchos lugares que crees inalcanzables.

Caminamos rodeados de verdes montañas, vacas que pastaban y nubes color plomo que empezaban a descender formando la neblina. Nos adentramos en una maraña verde y dejamos atrás la parte plana con las montañas y las palmas siguiéndonos. No teníamos ni idea hacia dónde nos dirigimos pero empezábamos a cruzar puentes destartalados o hechos solo de palos amarrados a una roca. Debajo corría un riachuelo, estábamos rodeados de verde y más verde, el sonido de la naturaleza era intenso y fascinante. De vez en cuando pasaban mulas cargando bultos de no sé qué y aprovechábamos para preguntarle a su dueño hacia dónde ir.

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Llegamos a una intersección que marcaba hacia la derecha «Acaime, Casa de los colibrís» y a la izquierda el «Valle de Cocora«. Decidimos continuar hacia la derecha. Estábamos a 2650 metros de altura y el clima era perfecto, ni lluvias ni mucho calor. Después de recorrer unos siete kilómetros, llegamos a la famosa casa de los colibrís, pagamos los cinco mil pesos que exigían solo por la curiosidad de ver qué había más allá. Solo por el hecho de ver colibrís libres volando a tu alrededor y tomarte una bebida de las tres que te ofrecen, me parece que el precio es algo exagerado. Pero bueno, a lo hecho pecho y seguimos disfrutando del agua e’ panela, la chicha de piña y guarapo de caña más costosos de nuestras vidas.

Muchas veces pienso que es bueno tener una idea del lugar a dónde viajamos y organizar aunque sea un poco lo que vamos a hacer, pero en este caso, me alegro infinitamente de no haberlo hecho. Si hubiera sabido que después de ese descenso desde la casa de los colibrís, nos tardaríamos por lo menos unas tres o cuatro horas más para llegar a pie hasta el Valle del Cocora, nunca lo hubiera disfrutado de la manera en qué lo hice. Mis piernas se quejaban (y de paso yo lo hacía junto con ellas), tenía hambre y las gotas de sudor no paraban de resbalar por mi frente, pero todo valió la pena cuando las vi allí, tan cerca pero tan altas de mí, como queriendo alejarse de la tierra, hermosas y elegantes ellas. Quería abrazarlas.

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El camino nos deparaba vistas espectaculares…

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Todo valió la pena al momento de tenerlas tan cerquita

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Nos sentamos al lado de ellas a contemplar el paraíso que teníamos enfrente. Me atreví a comparar ese paisaje con el de Suiza (uno de los más lindos de Europa para mí), pero allá no hay palmas (ni de cera ni de nada) y eso le quita puntos a mi lista de paisajes favoritos, anexando al Valle del Cocora como uno de los paisajes más hermosos que haya visto hasta ahora.

Entramos a las nueve de la mañana y salimos a las tres de la tarde, muertos del cansancio pero con el corazón contento.

Al devolvernos, la gente nos pasaba al lado caminando o montados en caballos, nosotros estábamos sudados, llenos de barro, todos «potrosos» y sonrientes. Ellos iban a ver las palmeras desde el Valle de las palmas (valga la redundancia), nosotros en cambio – y sin saberlo- tomamos el camino hacia el Parque Nacional los Nevados y después de tantas horas de recorrido, el regalo del camino, fue invaluable.

Regresamos a Salento encaramados en la parte de atrás de un Jeep y esa noche festejamos con un buen plato de trucha a la marinera y el patacón más grande que jamás me haya comido.

Ahora estoy segura que Salento y el Valle del Cocora merecen ser visitados. No importa si está invadido de turistas y los precios sean elevados, pero hay que ser muy tonto para no darse cuenta que frente a todo eso, existe un paisaje que vale la pena visitar al menos una vez en la vida.

Lina Maestre
Lina Maestre
Soy Lina. Viajera, creadora de contenido, autora y emprendedora. Soy la que escribe, toma fotos y edita este blog. Nací en Colombia y he viajado en solitario y en pareja por más de 40 países. Soy autora del libro El Arte de viajar sola y la creadora de Ellas por el Mundo (una agencia de viajes para mujeres). Acá encontrarás relatos de viajes, consejos y guías de destinos e inspiración para tus viajes. Puedes ver mi día a día a través de Instagram.

1 Comment

  1. Mauricio dice:

    Hola Lina, excelente nota y hermosas fotos sobre tu experiencia en el Quindío y en éste caso sobre el Valle de Cocora. Estamos de acuerdo que es un lugar todos debemos visitar al menos alguna vez, y porque no visitar de nuevo, esperamos tenerte de nuevo por aquí.

    Si piensas regresar por éstas tierras puedes darte una pasada por http://www.mapatur.com y descubrir más.

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