Barichara y Guane: mi elogio a la soledad | Patoneando Blog de viajes
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Barichara y Guane: mi elogio a la soledad

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Ir a Barichara y Guane se había convertido en un faro desde que empecé a viajar por Colombia. Deseaba conocer estos lugares que según muchos, son unos de los más lindos del país.

Tomé un bus en Socorro, Santander después de despedirme de Antonia, con quien había ido a conocer las Gachas de Guadalupe (Acá puedes leer lo que son las Gachas). Nuevamente iba sola. A mi ritmo. Como de costumbre.

Observaba a través de la ventana del bus mientras los pensamientos se mezclaban con el sonido de la música proveniente de mis audífonos. Me gusta esos momentos en los que la soledad me retorna a lo esencial.

Finalmente llegamos a Barichara. Desde el primer momento, sabes que es un pueblo encantador. Me bajo en la plaza principal y me dirijo a un hostal para guardar mi mochila. Pido indicaciones para llegar a la Oficina de Turismo y empiezo a caminar por esas calles en piedra de color arcilla, mientras miro embelesada las casas de bahereque pintadas de un blanco impecabe y tejados de color ocre. Todo es colonial. Todo es limpio. Al parecer nos quedamos en el tiempo y se siente bien.

En el camino pregunté nuevamente las indicaciones a dos chicos que charlaban sentados en la parte trasera de un camión. Al escuchar mi acento, uno de ellos me pregunta de dónde vengo y me dice que me acompaña para no perderme. Me cuenta que estudió derecho en Bucaramanga y ahora se encuentra haciendo las prácticas en la alcaldía del pueblo. Entre otras cosas y como dato curioso, me dice que su tío es el escultor de la gran hormiga culona que nos da la bienvenida en la oficina de turismo. Me causa curiosidad la importancia de este animal en esta región de Colombia. Aquí la hormiga culona se tuesta y se come como cualquier otro manjar. 

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Homenaje a la hormiga culona, uno de los manjares de la región

Se despide de mí porque debe regresar a sus labores y nuevamente le doy las gracias. A él y al camino porque así viaje sola, casi nunca estoy sola.

Después de haber preguntado por indicaciones y de doblar el mapa con puntos marcados sobre el papel, me dedico a caminar. No tengo un rumbo fijo.

Llego a la plaza principal para comerme una ensalada de frutas. Mientras la espero me doy cuenta que desde la ventana veo la Iglesia de la Inmaculada Concepción y San Lorenzo Mártir, está construida en piedras que hacen juego con la total belleza del pueblo.

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Me alejo de la plaza principal y camino sin rumbo fijo. El sol quema hasta las pestañas. Todos se refugian en sus guaridas o buscan sombra. Yo camino y camino.

Entro al Museo de Aquileo Parra, el único presidente de la República que ha tenido el departamento de Santander.  El lugar guarda algunas de sus pertenencias y su casa es un monumento Nacional. Camino, leo, fotografío y vuelvo a caminar.

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Museo de Aquileo Parra

No hay nadie conmigo ni mi alrededor. El silencio es total. No escucho el ruido permanente así que me pierdo en mis pensamientos y termino por escuchar lo que tengo que decirme. En el silencio, veo el mundo como podría ser y no como los demás me dicen que debe ser. 

Son pocas personas las que veo en la calle. El calor no los deja salir de su guarida. El pueblo es un escenario solo y dispuesto a dejarse fotografiar. Es lo que hago.

Me encuentro en una calle rodeada de grandes puertas de colores, ventanas antiguas y de barrotes, una pareja que intenta meter un colchón en un auto más pequeño que el objeto, unas trinitarias cuelgan desde una pared y me recuerdan a mi abuela y su amor por éstas. Tomo una foto. No me gusta. Hago los ajustes en mi cámara y en ese momento un hombre delgado usando jeans y un sombrero blanco se atraviesa. Me gusta la foto.

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Sigo caminando y tomo otra calle más desolada. Al final de ésta hay un parque llena de árboles gigantes a los que se les conoce como «barbas de viejo». Me gusta el paisaje, el silencio, la situación y el pueblo mismo. Me acostumbro a estar conmigo mientras sigo caminando, así que también aprendo a ejercitarme en el diálogo con el paisaje.

El hecho de caminar sola me permite aprender a explorar sin tener que pedir permiso ni esperar la aprobación de nadie. 

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Mientras camino, paso por una casa donde se encuentra una mujer sentada en una butaca de madera. La saludo con una sonrisa y ella me pregunta de dónde vengo. Me acerco para contestarle. Me pregunta si estoy sola. Es una de las preguntas que más respondo en mis viajes y una de las respuestas que más me abre puertas y me brinda oportunidades. 

Me invita a sentarme en la silla que tiene al lado, mientras me pregunta si quiero un «tintico». No me gusta el café, pero tampoco me gusta cerrarme a las conversaciones que se generan alrededor de éste.

Mientras se levanta a buscarlo, su esposo llega. Me doy cuenta que es el hombre al que le tomé la foto. Me asombra la casualidad. Me saluda mientras se quita el sombrero blanco que tanto me llamó la atención y le contesta a su esposa quien desde adentro le grita que me está preparando un tinto.

Me da la bienvenida y me pregunta si estoy sola. Sonrío y nuevamente le doy la respuesta.

Al parecer la idea de estar «solo» o con uno mismo es casi revolucionaria. Especialmente en estos tiempos donde vivimos rodeados de ruido, audífonos, fiestas, redes sociales y aún existe la creencia de que viajar sola es exponerse a todo tipo de peligros y situaciones. Esa certeza de que alguien que disfrute de la soledad no es normal, me hace pensar que la soledad no tiene que ver, necesariamente, con la ausencia o presencia de personas. 

Mientras ella regresa con el café, ya yo he contado un poco de mi vida y aunque para sus oídos era imposible hacer lo que hago, no hubo críticas ni comentarios sarcásticos como en otras ocasiones.

Entre charla y risas me cuentan un poco sobre la historia del pueblo.

Gracias a mi elección de recorrer sola el pueblo, tuve la oportunidad de ser acogida por esta pareja que a modo de charla me contó lo que quería saber. Aprendí que los orígenes del pueblo se remontan a 1702 cuando según la leyenda, la Virgen se apareció ante un campesino tallada en una piedra, sobre la cual se edificó la Iglesia y toda una aldea.

-«Esta es tierra de talladores de piedra por excelencia» aseguran mientras recogen las tazas de café ya vacías y agregan que aquí se encuentran los mejores talladores de Colombia y de toda Latinoamérica.

Después de dos horas de charla, varias tazas de café y unas cuantas galletas, me despedí. Me habían hablado de un pueblo más pequeño y tranquilo, particularmente típico con no más de cien habitantes. Así que caminé en busca de ese pueblo especial.

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Me encanta ver personas que se dan tiempo para estar con ellos mismos

Me contaron que Barichara y Guane están unidos por un Camino Real que fue declarado Monumento Nacional.

Fueron dos horas recorriendo el Camino Real. No había mucha gente pasando. El paisaje es alentador, hermoso. El sonido de las aves también lo es.

Si bien Barichara es la fiel copia de un pueblo colonial y tranquilo, Guane le lleva las de ganar. El pueblo es pequeño, adornado con calles adoquinadas, casas de bahereque, muy tranquilo. Es conocido por su Museo Arqueológico y Paleontológico, que solo cuenta con dos salas pero con objetos muy valiosos de los indígenas Guane (ya desaparecidos) y de la época colonial.

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Museo Arqueológico y Paleontológico de Guane

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Las callecitas de Guane

Salgo del Museo y me dirijo a una calle empinada, rodeada de trinitarias. Arriba, en la parte más alta, me siento a descansar. Pasan dos minutos cuando tres argentinas llegan y me piden el favor de sacarles fotos. Aprovecho y les pido lo mismo. Se sientan a mi lado y empezamos a charlar.

En ese momento una de ellas saca de su mochila una bolsa repleta de hormigas culonas. Saca una, la pone en mi mano y la pruebo. Es la primera vez que lo hago y debo decir que me supo a maní.

A la hora tomo un bus de regreso a Barichara. Confieso que me gustó hacer (precisamente) este viaje sola. Darse un respiro, conocer una soledad llena de gente, perderme en mi capacidad de pasar tiempo a solas mientras observo la vida. Barichara y Guane fueron mi faro desde que empecé mi viaje por Colombia y mi auto-exigencia de la soledad.   


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Lina Maestre
Lina Maestre
Soy Lina. Viajera, creadora de contenido, autora y emprendedora. Soy la que escribe, toma fotos y edita este blog. Nací en Colombia y he viajado en solitario y en pareja por más de 40 países. Soy autora del libro El Arte de viajar sola y la creadora de Ellas por el Mundo (una agencia de viajes para mujeres). Acá encontrarás relatos de viajes, consejos y guías de destinos e inspiración para tus viajes. Puedes ver mi día a día a través de Instagram.

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